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((**Es4.138**) Ellos le dejaron decir, murmuraron unas excusas y partieron. Pero no tardaron en aparecer por tercera vez, y, después de muchas vueltas, le preguntaron si había sacado copia de aquellos papeles. Al mismo tiempo le hacían saber que la secta tenía medios para vengarse. Don Bosco respondió francamente que no. En efecto, la única copia se la había entregado a quien debía. Insistían los otros y don Bosco aseguró que en verdad había sacado otra copia, pero que la había quemado; así que podían quedar tranquilos. Hablaba de igual a igual, sin dejarse intimidar. Estaban aquellos señores para marcharse, cuando volvieron atrás pidiéndole jurase guardar secreto. Don Bosco se mostró ofendido de que le creyesen capaz de causar daño a nadie y se negó a jurar; pero prometió que nadie sabría por él nada que les pudiera comprometer. Y así parece que terminó la peligrosa molestia. Pero aún acaeció un suceso, que no aseguramos fuera consecuencia de aquel altercado. En aquel mismo año, ((**It4.169**)) mientras don Bosco atravesaba una noche un trozo oscuro de la Plaza Castillo, dos desconocidos se acercaron a él, sacaron los puñales y le acometieron. Pero un tal Rolando, que después contó lo sucedido a don Miguel Rúa, pasaba con un amigo cerca: advirtieron la celada, a los primeros movimientos de aquellos granujas y acudieron enarbolando los bastones de que iban provistos y les obligaron a escapar. (**Es4.138**))
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