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((**Es3.64**) que, por mucho que gritaban: <<íHacer sitio, hacer sitio!>>, el predicador no podía avanzar. Finalmente, como Dios quiso, llegó don Bosco hasta el púlpito. Pero sucedió entonces otra escena. Al transportarlo, se había roto la escalerilla del púlpito, que era bastante alto y al que no podía subir sin ella. Los próximos resolvieron la dificultad: uno puso sus manos como primer escalón, otro las espaldas, aquél empujó hacia arriba y éste lo sostuvo para que no cayera y he a nuestro hombre en el púlpito. El murmullo continuaba tan fuerte que apenas si podían oír a don Bosco los más cercanos. Entonces gritó: -Si queréis que os predique ((**It3.70**)) guardad silencio. Fue una palabra mágica. En un minuto todo el mundo se calló. Era el 26 de julio. Iban todos con la cabeza descubierta y lucía un sol abrasador. Con todo, aunque no fue aquel un sermón breve, no se vio a nadie que diera muestras de cansancio o de impaciencia. Acabada la función, no cesaban de encomiar las cosas magníficas que don Bosoc había expuesto. El párroco, teólogo y abogado, don Juan Mandillo, recordaba siempre con fruición la visita de don Bosco. Una prueba más del dominio que don Bosco ejercía sobre las multitudes fue su panegírico de San Cándido y San Severo en la parroquia de Lagnasco, diócesis de Saluzzo, junto a Savigliano. Llegó tarde y, por las prisas, sin haber comido. El público aguardaba en la iglesia al predicador y ya se habían cantado las vísperas. Se revestía del roquete el párroco para subir él mismo al púlpito, cuando don Bosco entraba en la sacristía. Sin más tardanza, casi en ayunas y fatigado, empezó el sermón. Habló durante una hora de San Cándido; y, al ver que había transcurrido el tiempo, dijo que aún le quedaba la segunda parte, referente a San Severo, pero que terminaba el sermón para no cansar al auditorio. El pueblo pidió a voz en grito que continuase. Don Bosco reflexionó un instante; el párroco, teólogo José Eaudi, dijo en tono solemne desde el altar: <> (la voz del pueblo es la voz de Dios); y don Bosco continuó por otra buena hora, dejando a todos admirados y complacidos de haberle oído. Era una complacencia que juntamente producía una impresión saludable, porque cualquiera fuese su auditorio, aún en presencia de obispos, sacerdotes, nobles o sabios, tratara el tema que tratara, su idea dominante era la ((**It3.71**)) necesidad de salvar el alma. Más aún; a veces, contra la expectación de todos, en las fiestas más solemnes, en vez de tejer las alabanzas del santo titular de la iglesia,(**Es3.64**))
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