Regresar a Página Principal de Memorias Biográficas


((**Es3.63**) don Bosco las primeras palabras, empezó a nublarse el cielo, que desde hacía varias semanas se mantenía sereno y claro; llegaron los relámpagos y los truenos y aquello parecía el fin del mundo; en un instante cayó un chaparrón torrencial, un diluvio. Los campesinos miraban a ver si don Bosco se bajara para ponerse a cubierto; como no se movía, tampoco ellos se movieron. El predicador se detuvo un rato, pasó el temporal, que no fue muy largo, y continuó como si nada hubiera sucedido. La atención del auditorio no disminuyó; al contrario, creció más y más, porque todos daban gracias a Dios por la lluvia tan oportuna y abundante. En efecto, los campos estaban sedientos por la pertinaz sequía: tanto que se habían hecho plegarias y rogativas. Así que faltó poco para que el pueblo gritara ímilagro! Otra vez había sido invitado a predicar el panegírico de Santa Ana en Villafalletto, diócesis de Fossano. Corrióse la voz de que iba don Bosco y acudió tal gentío, que había fuera de la iglesia diez veces más que dentro. Los mayordomos querían contentar a todos. Unos decían: ((**It3.69**)) -Sería mejor predicar en la plaza. -En la plaza no, replicaban otros; hace mucho calor y nos asaríamos todos; vámonos al prado. Y dicho y hecho. Improvisaron un púlpito a la buena de Dios en mitad de un prado, sombreado por árboles altísimos, y allá se fueron las hermandades con sus estandartes y los millares de oyentes. Empezó do Bosco el sermón, pero su voz se la llevaba el viento y se perdía entre el follaje de los árboles y el murmullo de la multitud. Aunque gritaba a todo pulmón no podía ser oído ni por la mitad de los presentes. Oyóse entonces una voz estentórea entre la multitud: -Es imposible oír el sermón; vamos a la plaza; allí se oirá mejor. Los más alejados gritaron como un solo hombre: -íA la plaza! íA la plaza! Los más próximos al púlpito se oponían a la proposición. Era una escena difícil de resolver. Unos gritaban ísí! y otros voceaban íno!; unos se retiraban, otros se acercaban. Estos miraban al predicador a ver qué actitud tomaba. Aquéllos se acercaban a persuadirle que bajase y casi lo empujaban para que descendiera. El predicador descendió y los cofrades se echaron a cuestas aquella especie de púlpito y lo llevaron procesionalmente a la plaza. La multitud se apiñó a su alrededor y formó una masa tan compacta(**Es3.63**))
<Anterior: 3. 62><Siguiente: 3. 64>

Regresar a Página Principal de Memorias Biográficas


 

 

Copyright © 2005 dbosco.net                Web Master: Rafael Sánchez, Sitio Alojado en altaenweb.com