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((**Es3.62**) Predicaba en Ivrea unos ejercicios espirituales al pueblo, en la parroquia de San Salvador; pronunciaba cuatro sermones al día. Al mismo ((**It3.67**)) tiempo fue invitado a predicar dos sermones más en el seminario a los seminaristas y aceptó. Pero cayó enfermo el predicador que en aquellos mismos días predicaba ejercicios en el colegio municipal y rogaron a don Bosco que le supliera. Y fue, y predicaba allí otras dos veces al día. Eran por tanto ocho los sermones que le tocaba hacer diariamente. Y, encima, todos querían confesarse con él en el tiempo que le quedaba libre durante la jornada y parte de la noche. Cuando volvía a casa deshecho de cansancio, su madre le reprochaba amorosamente por aquellos esfuerzos excesivos, pero él le respondía: -En el paraíso tendré tiempo para descansar. Siguió predicando hasta 1860, año en el que su presencia en el Oratorio se hizo necesario por el crecido número de internos, y tuvo que disminuir poco a poco sus ausencias de casa. Hacia 1865 ya no se ausentaba más que para algún triduo, panegírico, sermón o conferencia. Tendrá sin duda el lector curiosidad de saber alguna anécdota de este período de la vida de nuestro don Bosco, para hacerse una idea del poder de su palabra y henos aquí dispuestos a satisfacerla. Entre 1850 y 1855 fue a Strambino el día de la Asunción. Se entreraron en los pueblos vecinos de que predicaba don Bosco y hubo una afluencia extraordinaria. Cuando llegó la hora de subir al púlpito estaba la iglesia atestada de gente y todavía quedaban fuera muchos de los que habían acudido. Fue preciso predicar en la plaza, donde, a toda prisa, se levantó una especie de tribuna. Caía el sol de plomo sobre las cabezas descubiertas; pero todos estaban tan atentos que nadie se movía y ni siquiera sacaban el pañuelo para limpiarse el sudor que chorreaba por su rostro. El sermón duró una hora enterita. ((**It3.68**)) Pero muchas personas no habían llegado a tiempo para oírlo y expresaron su deseo de que al día siguiente predicara el panegírico de San Roque. Se celebraba esta fiesta en una ermita de las afueras del pueblo, en medio de los campos y praderas. El párroco, don Gaudencio Comola, invitó a don Bosco en nombre del pueblo y don Bosco accedió gustoso. Al día siguiente, aunque era día de trabajo, se reunieron varios miles de personas en la explanada de delante de la ermita, a cuya puerta, al aire libre, habían colocado el púlpito. Pero, apenas profirió(**Es3.62**))
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