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((**Es3.323**) por la mañana, condujeron por Turín a las fiestas nacionales a los muchachos de Puertanueva. Don Bosco no vaciló, y, ((**It3.414**)) dejando el Oratorio de Valdocco en manos del teólogo Borel, llegado del Refugio a su invitación, fue después de comer a Puertanueva. Conversó con el Director y le dijo que había demostrado con bastante claridad que no quería que ninguno de los pertenecientes a los Oratorios se mezclase en partidos o grupos políticos; que su intención era que en todo se procediera bajo un solo principio de autoridad y que se cumpliesen fielmente sus órdenes; y que como éstas no habían sido cumplidas, ya no necesitaba él de una ayuda que perjudicaba al Reglamento de la concordia. Aquel sacerdote, que debía dar la plática catequética a los muchachos, sorprendido por tan decisivas palabras, no supo de momento qué contestar. Y don Bosco prosiguió: -Esta tarde, daré yo la plática. Y, subiendo al púlpito, predicó sobre las verdades eternas, sin decir palabra en pro ni en contra sobre lo acaecido por la mañana. Después de la bendición, preguntóle el Teólogo quién predicaría al domingo siguiente y él respondió: -íPredicaré yo! Enojados por la aparición de don Bosco y de su justa queja, los imprudentes ayudantes determinaron tomarse la revancha. Al domingo siguiente, hacia las dos de la tarde, un joven de los más juiciosos y de confianza, estaba en un rincón del patio de Valdocco leyendo el periódico Armonía. Cuando he aquí que entran en el Oratorio unos cuantos con la escarapela al pecho y otro con la bandera tricolor en la mano. Este, persona por otra parte celosa e instruida, se acerca al que leía Armonía y empieza a gritar: -íQué vergüenza!, íya es hora de acabar con estas gazmoñerías! Y así diciendo, le arranca de las manos el periódico católico, lo hace pedazos, lo arroja al suelo y, escupiendo encima, lo pisotea furiosamente. Después de este primer desahogo, se acerca a don Bosco, que estaba junto a la ((**It3.415**)) fuente, rodeado de varios muchachos, le invita a que se ponga una escarapela sobre el pecho y saca del bolsillo un ejemplar del periódico Opinione (Opinión). -Este sí que es un buen periódico -le dijo-; éste y no otro deberían leer todos los buenos ciudadanos. Ya no es hora de escuchar el <> de retrógados e intransigentes: hay que trabajar. Don Bosco quedó sorprendido ante tamaña actitud y semejantes palabras y, no queriendo más escándalos en medio de los muchachos, le rogó se guardara aquellas discusiones para tratarlas en privado. (**Es3.323**))
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