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((**Es3.322**) a gozar del espectáculo de tanta gente, que gritaba y cantaba al son de la música. Impresionaban su fantasía las caras de niños vestidos a la italiana, es decir con jubón y calzón de terciopelo negro, con sombrero adornado de plumas, bajo el cual caían los cabellos ensortijados sobre la espalda; llevaban además un puñal al cinto y un pequeño escudo sobre el pecho representando a Italia, colgado de una cadena dorada. Al volver al Oratorio, al domingo siguiente, excitaban a sus compañeros más irreflexivos, contándoles lo que habían visto y les metían ganas de hacer una escapada a la ciudad. Con la disipación disminuía la frecuencia de los sacramentos. Y a don Bosco le tocaba tolerar muchas cosas para no comprometerse; sin embargo, su presencia era un gran freno, hasta el momento, para la mayor parte de los jóvenes. ((**It3.413**)) En tanto, merced a imprudentes partes de guerra, inventados por los periodistas, se celebraban victorias italianas imaginarias y se esperaban insistentemente otras noticias sensacionales, por lo que Turín se preparaba de nuevo para demostraciones de triunfo. Y la realidad era que ninguno de los dos ejércitos se había movido en dos meses, a causa de un convenio propuesto por Inglaterra. Por fin, el 15 de julio ordenó Carlos Alberto el cerco a Mantua y el 18 atacaban los piamonteses en Governolo a un numeroso cuerpo de austríacos y lo desbarataban. Subieron a las nubes las aclamaciones, mezcladas con gritos y aplausos anticristianos. Aquel mismo día aporbaba el Parlamento la ley de supresión de la Compañía de Jesús y la Congregación de las Damas del Sagrado Corazón, declarando que sus bienes muebles e inmuebles volvían irrevocablemente al Estado. Todos los diputados, miembros del clero, votaron a favor de la supresión. Así las cosas, he aquí que se presentan a don Bosco dos Teólogos, encargados del Oratorio de San Luis, a pedirle resueltamente permiso para llevar a los muchachos, con la bandera desplegada y la escarapela tricolor al pecho, por las calles de Turín, y tomar parte en el regocijo político. Don Bosco salió entonces de su reserva y, no sólo negó el permiso, sino que prohibió severamente semejante alboroto. Entonces los dos Teólogos y otros clérigos más, exaltados por la Gazzetta del Pópolo (Gaceta del Pueblo), se declararon abiertamente contrarios a don Bosco, protestando que, pese a todo, se harían las manifestaciones. Había que compadecerlos. El delirio por la independencia de Italia era universal; todos padecían fiebre de guerra. Quien no vivió aquellos tiempos, no puede formarse idea. Los Teólogos mantuvieron la protesta y, al domingo siguiente (**Es3.322**))
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