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((**Es3.316**) Una vez, estaban en la sacristía, revistiéndose para dar la bendición, el teólogo Borel y el teólogo Carpano. Un sicario subido a la ventana que daba a la calle les disparó dos tiros de pistola. Dios, que protegía a sus servidores, no permitió se efectuara el asesinato y las dos balas, rozando la cara de los sacerdotes, fueron a dar en la pared opuesta. Son de imaginar el pánico que cundió por toda la iglesia y la alegría que siguió al ver fallido el golpe. Fueron testigos presenciales de todos estos hechos, entre otros, nuestros antiguos compañeros Cigliuti, Gravano y Buzzetti. Claramente se ve que los enemigos no actuaban en broma: querían a toda costa cerrar el Oratorio. Pero íviva el Señor!. y íviva María! Don Bosco y sus ayudantes tuvieron tanta constancia y fortaleza que resistieron las inicuas batallas y acabaron haciéndose dueños de la situación. Los muchachos del Oratorio de San Luis continuaron y continúan todavía asistiendo los domingos a la santa misa y dando testimonio de su fe, con la oración de El Joven Cristiano, que repiten: <((**It3.406**)) Concededme la gracia de vivir y de morir como buen cristiano, en el seno de la Santa Madre Iglesia>>. Mientras el Oratorio de Puerta Nueva vivía sometido de este modo a la prueba, el de San Francisco de Sales, tras haber celebrado tranquilamente la fiesta de San Juan Bautista, festejaba la de San Luis con pompa singular. Parecía que así lo reclamaban los tiempos. Los jóvenes se veían frecuentemente atraídos a participar en fiestas o, mejor dicho, en manifestaciones civiles. Así que mientras el mundo alardeaba en magnificencias, parecía muy útil, cuando no necesario, contraponer la solemnidad de las fiestas religiosas, para atraer más a la Iglesia las mentes y los corazones de los fieles, sobre todo los de la inexperta juventud. Se anunció la fiesta mucho tiempo antes. Estuvo precedida de adecuadas prácticas de piedad; durante los seis domingos anteriores, se prepararon músicas tan estupendas como se pudo, se mandaron invitaciones a los bienhechores del Oratorio y a sus conocidos y amigos. La víspera por la tarde y el día de la fiesta por la mañana, se dispararon morteretes para recordarla a los del vecindario y a los de lejos. Don Bosco, el teólogo Borel y varios sacerdotes ayudantes, tuvieron mucho trabajo y experimentaron una gran satisfacción al ver el gran número de muchachos que se acercó a comulgar. Por la tarde, acudió al Oratorio tal cantidad de jóvenes, que no cupo en la capilla más que una parte. (**Es3.316**))
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