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((**Es3.315**) ->>Y qué clase de predicadores sois vosotros?, respondían los nuestros: no tenéis oyentes y salís a comprarlos. Más os valiera que comprarais patatas. Los discípulos de Pedro Valdo, ante réplicas tan vivas, hubieran querido responder con golpes; pero, viéndose inferiores en número y temiendo recibir, en vez de dar, se retiraron por el momento diciendo: -Nos volveremos a ver. Con este modo amenazador de proceder se desprendía que para la fiesta siguiente la cuestión revestiría aspecto más grave. Por ello, a fin de evitar peligros y percances lamentables, se aconsejó a los muchachos que, en adelante, cuando vieran acercarse a aquellos desgraciados, les volvieran la espalda sin proferir palabra y entraran en el patio del Oratorio. En efecto, llegó el domingo siguiente y se cumplieron los augurios hechos. Después del mediodía, se presentaron a cierta hora en el campo vecino de treinta a cuarenta muchachotes de los de las dieciséis monedas. A su vista, los muchachos, obedeciendo la consigna recibida, se retiraron como corderillos a su propio redil; pero aquellos locos empezaron a lanzar piedras con tal furia, que el Oratorio parecía un castillo sometido a bombardeo. Caían piedras contra las puertas, piedras contra las ventanas, piedras por los tejados, piedras entre los chiquillos atemorizados, algunos de los cuales quedaron descalabrados. Era algo de pánico. Aquella insensata provocación irritó de tal modo a los muchachos mayores, que perdieron la paciencia y, desafiando todo peligro, salieron fuera, agarraron también ellos piedras, de las que estaba sembrado el campo, y se lanzaron con tal ímpetu contra sus rivales, que, tras unos instantes, los ahuyentaron al otro lado de la alameda. ((**It3.405**)) Y no fue ésta la única vez en que ocurrieron escenas tan dolorosas. Durante varios meses se renovaron casi en cada fiesta, con el pesar de don Bosco y de sus ayudantes, como es fácil de imaginar. Los herejes y sus iniciados, al no lograr envolver a los jóvenes en sus redes, se ingeniaron para, al menos apartarlos del Oratorio, amedrentándolos con sus amenazas. La emprendían a pedradas con ellos cuando iban en pequeños grupos, y las más de las veces aguardaban a que estuvieran reunidos en la iglesia y entonces lanzaban una verdadera granizada de piedras contra la puerta y las ventanas que espantaba y hacía llorar a los pequeños y obligaba al Director a suspender las funciones sagradas. (**Es3.315**))
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