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((**Es3.279**) salvados con un acto de contrición perfecta desde la creación de Adán hasta la venida del Salvador. Con estas santas industrias se ingeniaba para vigilarlos continuamente, aun fuera de casa. Tenía la costumbre de visitar cada semana ya a uno, ya a otro de los dueños de talleres o tiendas e informarse detalladamente del comportamiento y progreso en el oficio de sus muchachos. Cuando le daban buenas noticias, para animarlos, les regalaba alguna ((**It3.357**)) cosilla para que tuviesen un peculio para sus gastos en ciertas ocasiones, por ejemplo en los paseos. Los encomendaba además con insistencia a la vigilancia de los jefes. Les hacía comprender que si él procuraba que los aprendices fueran dóciles y trabajadores, ellos, los dueños, debían por su parte, cuidarse de que aprendieran el oficio y estuvieran libres de todo escándalo. Conseguía de este modo hacer el bien a unos y a otros. Si alguien maltrataba a sus hijos, salía con valentía en su defensa, exigiendo fueran bien tratados y que, también con ellos aunque jóvenes, se respetara la virtud de la justicia. Cuando descubría en un taller peligros para su alma o para su cuerpo, resueltamente lo cambiaba de patrón. Y buscaba, antes, informaciones del nuevo, a través de sus amigos, queriendo siempre noticias seguras de su moral, de su habilidad en el arte y de si santificaba las fiestas. Cuando no podía personalmente hacer nuevas inspecciones, mandaba a personas de su plena confianza, y, apenas tuvo clérigos consigo, encargó a éstos de tal vigilancia. Con el mismo celo siguió asistiendo en sus talleres a los jóvenes externos del Oratorio festivo, los cuales, constituían su propia felicidad, al seguir siendo buenos y laboriosos. Sabía despertar la emulación entre sus muchachos internos. Para mayor estímulo y como galardón de su buena conducta, don Bosco estableció e introdujo una laudable costumbre, que siguió en vigor durante muchos años, y que fue la de premiar a los mejores por votación general. La distribución de premios se solía efectuar por la tarde de la fiesta de San Francisco de Sales a estudiantes y artesanos. Durante la semana anterior escribía cada interno en un papel el nombre de unos cuantos compañeros, que a su parecer tenían mejor conducta religiosa y moral, y lo entregaba a don Bosco. Este hacía ((**It3.358**)) el escrutinio y los seis, ocho, diez o más jóvenes que alcanzaban mayoría de votos, esto es, los que más veces aparecían escritos en las distintas listas, eran leídos aquella tarde y premiados en presencia de todos. Los votos de los compañeros eran cada vez más sensatos; los mismos superiores no lo hubieran hecho mejor. En (**Es3.279**))
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