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((**Es3.260**) salió del patio y corrió al centro de la tempestad de piedras que ya silbaban por todas partes. Poco a poco se fueron acercando los de las primeras filas y se oyeron unos disparos de pistola. Don Bosco se abalanzó para separar a dos desgraciados que se arremetían navaja en mano, pero llegó cuando uno gritaba: <<íToma, ya tienes bastante!>>, y el otro caía a sus pies rociándolo con la sangre que salía de una ancha herida en el vientre. El homicida desapareció y el herido fue llevado al hospital en brazos de dos de sus compañeros mientras iba repitiendo: <>. Don Bosco lo acompañó exhortándolo a perdonar, y cuando le pareció que había acabado la excitación de venganza, le confesó lo mejor que pudo y al día siguiente moría el infeliz. Estos desafíos siempre acababan dejando en el campo algunos jóvenes con heridas graves, cuando no eran mortales. Don Bosco asumió esta misión para impedir la ofensa de Dios y la pérdida de las almas. Cuando tuvo consigo sacerdotes y clérigos, al contarles las peripecias de los primeros años del Oratorio, les decía una vez: <((**It3.331**)) a aquellos locos; pero como si nada. Entonces me dije: "Estos muchachos corren un grave peligro; es una verdadera ofensa de Dios; >>y tendré yo que dejar proseguir impasiblemente esta lucha mortal? íNo! Lo impediré a toda costa. A grandes males, grandes remedios..." >>Y qué se me ocurrió? Lo que hasta entonces nunca había hecho. Al ver que eran inútiles mis palabras, me lancé en medio de aquella nube de proyectiles, caí sobre una de las partes combatientes, derribé a puñetazos a buena parte de ellos y los otros se dieron a la fuga; entonces corrí tras los de la banda opuesta..., e hice lo mismo. De este modo conseguí que terminase aquel desorden, causa de tan funestas consecuencias. Quedé dueño de los prados y aquel día nadie se atrevió a volver. Cuando quise regresar a casa me saludó un griterío lejano. Ya en casa, pensé: ">>Qué es lo que he hecho? Pudo alcanzarme una piedra y caer por tierra..." Pero ni en ésta, ni en ocasiones similares me ocurrió nunca nada desagradable, salvo una vez que recibí un zapatazo en la cara y cuya señal me duró unos meses. Que es lo que yo digo: cuando uno confía en la bondad de su causa, no teme nada. -Tras una pausa seguía diciendo: -Yo soy así: cuando veo la ofensa de Dios, aunque haya un ejército contra mí, no cedo ni me retiro con tal de impedirla>>. (**Es3.260**))
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