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((**Es3.259**) Y levantando el puño se disponía a convertir en hechos las palabras. Calló el insolente, sobre todo al darse cuenta de que algunos de sus compañeros, que ya habían ido al Oratorio, estaban de parte de su contrario. Don Bosco entonces preguntóles cuál era la causa que había ((**It3.329**)) excitado en ellos tan vivo resentimiento, calmó sus ánimos haciéndoles ver que la supuesta ofensa recibida era cosa de nada y les recordó cómo el Divino Salvador, perseguido y maltratado, pudiendo vengarse con una sola palabra, sin embargo no la quiso decir. Aquella turba, convertida, rodeó a don Bosco y le acompañó un buen trecho hasta que él les despidió, después de haberle prometido todos que acabarían con aquellos odios. Otra vez fue sorprendido en mitad de una ancha avenida por una turba de aquellos malandrines que avanzaban voceando por un extremo, a tiempo de que, por la parte opuesta, venía otra pandilla a todo gritar contra la primera. Estaban ya a tiro para lanzar las piedras y don Bosco no se apartaba. Los dos bandos se detuvieron un instante y le gritaron: -íDon Bosco, apártese, échese a un lado! ->>Y por qué he de apartarme? íYo voy por mi camino! -Bueno, replicaron los muchachos; >>no quiere retirarse? íPeor para usted! Y, de una y otra parte, empezaron a llover las piedras, algunas de las cuales pasaban rozándole los hombros y la cabeza. Hasta que algunos de los mayores, temiendo por él, gritaron a sus compañeros: -íBasta ya! Pero los más rabiosos seguían tirando piedras. Y entonces llegaron las amenazas, los puñetazos, las bofetadas y los puntapiés. En el calor de la inesperada represión y resistencia, brillaron las navajas, que siempre llevaban consigo. Tuvo que imponerse don Bosco, para que no se hiriesen a navajazos por su causa. Las cercanías del Oratorio frecuentemente se convertían en campo de semejantes porfías, casi siempre con sangre. Un día había una rabiosa batalla entre los muchachos del barrio Pollone y los de Porta Susa. Casi todos iban armados con palos, navajas y algunos ((**It3.330**)) hasta con pistola. Las piedras de la calle servían para empezar. Inútilmente habían intentado los guardias, que acudieron al primer aviso, ni por las buenas ni por las malas, lograr hacer retroceder a los vanguardistas de aquellos endemoniados grandes y pequeños. Don Bosco, que veía desde la ventana de su casa que la vida de sus muchachos corría peligro y dado que era conocido por algunos combatientes, (**Es3.259**))
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