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((**Es3.220**) Había religiosos que formaban conventículos manifestando deseos de reforma interna en sus conventos, mitigación de ciertas reglas un tanto austeras, ablandamiento de la autoridad del superior, régimen popular de mayor libertad..., los cuales fueron despedidos o ellos mismos pidieron salir de la congregación. Pero el clero piadoso, trabajador y seriamente ocupado en el sagrado ministerio, estaba con el Arzobispo. En medio de tantos devaneos se destacaba brillantemente la eximia prudencia de don Bosco, firme en su propósito de no tomar nunca parte, ni solo ni con sus muchachos en aquellas manifestaciones callejeras. El veía con meridiana claridad que, so color de libertad, se buscaba soliviantar a los pueblos contra los derechos de los príncipes legítimos y de un modo especial contra los del Romano Pontífice, pero se guardaba de oponerse con hechos o palabras hostiles. Su programa, decía, era hacer el bien y solamente el bien, a toda costa. Pero le costó molestias mantener su propósito. Personas de relieve e influyentes, sabedoras de que podía disponer de centenares de muchachos, muchos de ellos mozos, le invitaron a engrosar con ellos las turbas de manifestaciones y desfiles; pero él, sin atender a ofertas, insistencias y reproches, se negó siempre. Un día se encontró con Brofferio, que le dijo: -Para mañana ya tiene fijado el sitio para usted y sus muchachos en la plaza del Castillo. Don Bosco le respondió: ->>Y si yo no fuera? ((**It3.277**)) Ya habrá otros que ocuparán mi puesto. Yo tengo asuntos urgentísimos, que no permiten dilación. ->>Pero usted cree que es malo demostrar públicamente el amor a la Patria?, observó Brofferio con un tono ligeramente sarcástico. -Yo no creo nada; pero sí le digo que soy un simple sacerdote, sin autoridad reconocida por los poderes del Estado y cuyo oficio se limita a predicar, confesar y enseñar el catecismo. Yo no puedo exigir obediencia a los muchachos fuera de mi capilla y, por tanto, no debo tomar ninguna responsabilidad en circunstancias tan serias. Don Bosco preparaba entre tanto manifestaciones y desfiles muy distintos. El dos de septiembre había comprado por veintisiete liras una estatua de la Virgen de la Consolación con sus andas y determinó que, aquel año y en el sucesivo, se llevara procesionalmente por los alrededores del Oratorio, con ocasión de las fiestas principales de la Santísima Virgen. Estableció, además, que el primer domingo de cada mes, se hiciera una procesión dentro del recinto del Oratorio en honor de San Luis y el último domingo el Ejercicio de la Buena (**Es3.220**))
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