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((**Es3.219**) Patria. Carlos Alberto no podía salir de palacio, sin el ruido ensordecedor de vítores y aplausos. El dos de noviembre partía hacia Génova, donde le esperaban clamorosas manifestaciones, y fue acompañado hasta el Po por la multitud, bajo lluvia de flores y flamear de banderas. Hubo luminarias generales el 4 de noviembre, día onomástico del Rey y se cantó un solemne Te Deum ((**It3.275**)) en la iglesia del Milagro. Roberto d'Azeglio era el alma de estas taimadas maniobras. Cuando monseñor Fransoni vio que eran muchos los eclesiásticos, aun en edad provecta, contagiados por el ardor febril de la novedad, las suscripciones, las fiestas civiles, y que ponderaban hasta las nubes las Reformas, a Carlos Alberto y a Pío IX, el once de noviembre comenzó prohibiendo al clero, con un aviso publicado en las sacristías, que tomara parte en las manifestaciones políticas; decía en él, entre otras cosas, que los ministros de la Iglesia deben ser los primeros en demostrar su amor al Rey, pero no con festejos mundanos, sino más bien con la observancia de los deberes que a él les ligan. Y el 13 de noviembre enviaba una circular a los párrocos autorizándoles para cantar el Te Deum si se lo pidieran, y ordenándoles recordar al pueblo: que el modo de dar gracias a Dios y tenerlo propicio a nuestras plegarias es el de liberar el alma de la esclavitud del pecado; que no se puede esperar nada bueno de quien promueve una función sagrada y, a la vez, desprecia las leyes eclesiásticas; y que siempre han existido algunos que, para ocultar sus malas obras, se cubren con el manto de la religión. A esta franqueza del Prelado respondieron los liberales con recriminaciones a las que hicieron eco muchos eclesiásticos seculares y regulares, con apreciaciones que revelaban su falta de un conocimiento exacto de los hechos. Se decía que monseñor Fransoni era partidiario de Austria y de los jesuitas, enemigo de Italia, y contrario al mismo Sumo Pontífice aclamado y bendecido por todo el mundo. Se hacía correr la noticia, a viva voz y por la prensa, que Pío IX sería el jefe y el centro de la Liga Itálica; que se había aliado con Carlos Alberto, de tan reconocida piedad, para arrojar a los austríacos; y que ya ((**It3.276**)) le había regalado uan espada por él bendecida y con el lema cincelado de: <> (Con esta espada vencerás); y otras patrañas por el estilo. Había también entre los que criticaban a Monseñor algunos sacerdotes que, sintiendo el peso de la disciplina eclesiástica, creían había llegado el tiempo de sacudir el yugo de la autoridad episcopal. (**Es3.219**))
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