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((**Es3.171**) Oratorio. Al llegar a la avenida de San Máximo, hoy Regina Margarita, se encontró con un pobre muchacho de unos doce años, que con la cabeza apoyada contra el tronco de un olmo, lloraba sin consuelo. El amigo de la juventud se le acercó: ->>Qué tienes, hijo mío?; le preguntó; >>por qué lloras? -Lloro, respondió el pobrecillo a duras penas y entre sollozos, lloro porque todos me han abandonado. Mi padre murió antes de que yo pudiera conocerlo; mi madre, que tanto me cuidaba y tanto me quería, se murió ayer y hace poco se la han llevado a enterrar. Y así diciendo rompió a llorar más amargamente. Movía a compasión. ->>Dónde has dormido esta noche? -Todavía he dormido en la casa alquilada; pero hoy, como debía el alquiler, el casero se apoderó de lo poco que teníamos y, apenas sacaron el cadáver de mi madre, echó la llave al cuarto y yo me he quedado huérfano y sin nada. -Y ahora, >>adónde vas a ir?, >>qué piensas hacer? -No sé qué hacer ni adónde ir. Necesito comer para no morir de hambre y necesito un sitio donde cobijarme para no caer en la deshonra. ->>Quieres venir conmigo? Yo te ayudaré. -Sí; pero >>quién es usted? -Ya sabrás quién soy; por ahora te baste saber que quiero ser tu fiel amigo. Y diciendo esto, invitó al muchacho a seguirlo y poco después lo ponía en manos de su madre Margarita, diciéndole: -He aquí el segundo hijo que Dios nos manda: cuídelo y prepárele otra cama. ((**It3.211**)) Como el chico era de una familia de clase media, en otro tiempo acomodada pero venida a menos, fue colocado de dependiente en un comercio. Gracias a su talento despierto y a una fidelidad a toda prueba, a los veinte años ya se había ganado una posición honrosa y lucrativa. Llegó a ser padre de familia, se conservó siempre buen católico y honrado ciudadano y quedó ligado para siempre con el lugar y el hombre que lo recogió, instruyó y educó. A estos dos se añadieron otros; pero aquel año, por falta de local, don Bosco se conformó con siete, los cuales, con su buena conducta, colmaron su corazón de alegría y satisfacciones, y se animó a proseguir su atrevida empresa. Se encontraba entre ellos José Buzzetti, que de siempre se le pudo considerar como de casa Valdocco; tal era su familiaridad con don Bosco. Al atardecer de un domingo, despedía (**Es3.171**))
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