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((**Es2.406**) los cuartos, blasfemaban rabiosamente los que perdían, y llegaban a veces a riñas violentas de palabra y de hecho. Don Bosco se les acercaba, aunque no siempre era bien recibido, pero el Señor hacía que su voz ((**It2.543**)) fuera escuchada y comprendida. Muchos de estos extraviados se dejaron atraer poquito a poco y entraron en la iglesia. En poco tiempo creció de tal modo su número que llegó a estar abarrotada la capilla y hubo que dar el catecismo en la propia explanada. Esto no impedía que más de una piedra viniera a caer en medio de los patios, a mitad de juego, ya que, no siempre, ni todos aquellos calaveras hacían paces con el sacerdote. Los moradores de las casas Filippi de levante no causaban grandes molestias, aunque de cuando en cuando se oyeran palabrotas, canciones poco agradables y se temiera algún hurto que, de hecho, tenía lugar. Pero, en los días de fiesta, allí reinaba el silencio, porque carreteros y mozos se dispersaban por las diversas tabernas de los alrededores. Lo peor estaba en la casa propiedad de la señora Bellezza, edificación semejante a la de Pinardi y que existe tal cual, al presente1. Estaba situada a poniente, como ya dijimos, a unos cinco o seis metros de la tapia. Desde sus ventanas y barandilla se dominaba la plazoleta de delante de la capilla. Todas las habitaciones estaban alquiladas a gente de mala reputación. Radicaba en ella la taberna de La Jardinera, centro de libertinaje e inmoralidad, donde era continuo el ruido de vasos y botellas y el vocear de las partidas al juego de la morra2. Allí los domingos se juergueaba en grande, se bebía, se cantaba, se jugaba a la baraja, se bailaba al son de algún instrumento o del organillo. Allí, como en lugar alejado de la ciudad y escondido que era, se reunía la hez de la plebe. Soldados, consumeros, alguaciles, faquines, muleros, jornaleros celebraban allí su tertulia. Había con frecuencia riñas espantosas. El griterío y las blasfemias producían un alboroto inaguantable. Don Bosco tenía que disimular lo que no podía impedir. A veces interrumpía el sermón porque los gritos ((**It2.544**)) y el jaleo ahogaban su voz. Rogaba a los muchachos que se portaran bien y se estuvieran quietos en su sitio, a ciencia cierta de que sería así; bajaba del púlpito y, quitándose la estola y el roquete, se dirigía a la taberna. Allí estaban cincuenta o sesenta individuos, 1 Se refiere naturalmente al tiempo del autor (N. del T.). 2 (Del italiano morra). Juego vulgar entre dos personas que a un mismo tiempo dicen cada una un número que no pase de diez e indican otro con los dedos de la mano, y gana el que acierta el número que coincide con el que resulta de la suma de los indicados por los dedos (N. del T.). (**Es2.406**))
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