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((**Es2.407**) la mayor parte borrachos; todos ellos, al verle, le recibían con voces aguardentosas, pero con cierto respeto. -íDon Bosco! íViva don Bosco! íUsted sí que es un buen cura! íSi todos los curas fueran como usted! Don Bosco hacía señal de que quería hablarles, se hacía algo de silencio y decía: -Queridos amigos, me gusta que me apreciéis tanto, pero os voy a pedir un favor. -Sí, sí: usted manda. Qué desea?, exclamaban desde todos los rincones. -Mirad, ahí detrás, en mi capilla estoy predicando; parad un rato la música, íveinte minutos nada más! -íCómo no! íCon mucho gusto! Nada más que mandar?, decía uno de los que más gritaban. íEa, a callar todo el mundo! Y el que quiera ir al sermón, íque vaya! Don Bosco se retiraba, pero a veces aún no había llegado al púlpito y empezaba la música otra vez. Este ruido y confusión duró hasta 1853; con todo, durante los primeros años don Bosco no tuvo que aguantar insultos. Aun cuando dejamos para otra ocasión narrar varios episodios de aquel tiempo, queremos referir aquí un caso. Sucedió un domingo que, por los motivo de siempre, dos soldados se desafiaron, desenvainaron la espada y salieron de La Jardinera para batirse. A empujones e insultos llegaron hasta el umbral de la capilla. Estaba ésta repleta de muchachos hasta los topes. Ante aquel espectáculo se asustaron. Salió don Bosco a la puerta, trató de calmar a los dos soldados; pero estaban tan furibundos que no oían razones; a cada paso amenazaba uno con acometer al otro. Acudieron ((**It2.545**)) algunos muchachos robustos que los detuvieron, les habló don Bosco de lo inconveniente de la pelea en aquel sitio y del escándalo que daban a los chicos. Hasta que uno de los enfurecidos soldados se calmó un poco y respondió: -íTiene usted razón, no es éste el sitio! -Es verdad, replicó el otro; no quiero dar aquí este escándalo. Y salieron fuera; pero, apenas pasó el primero el umbral, el otro descargó un golpe de sable tal sobre el hombro y el pecho que le abrió una herida, por fortuna no grave. Este entonces, devolvió un golpe sobre la cabeza de su agresor y le hizo un corte. Las heridas clamaron su rabia y chorreando sangre fueron a lavarse a la pila de la bomba. Al salir los muchachos de la iglesia los vieron en aquel estado y la pila manchada de sangre. Por todos estos motivos proyectaba (**Es2.407**))
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