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((**Es2.405**) molestos y desvergonzados vecinos y a los que por allí merodeaban: más aún por cuanto, a causa de contratos anteriores con Soave, no pudo liberarse de algunos que se convirtieron en inquilinos suyos hasta algún tiempo después de haber comprado la casa. Los domingos, por aquellos alrededores, era un incesante ir y venir de chusma descarada que soltaba frases vulgares, voceaba disparates groseros y se llamaban los unos a los otros con epítetos propios de su baja ralea. Son fáciles de imaginar los peligros y fastidios para los muchachos del Oratorio. Más de una vez, al llegar la hora del catecismo o de la plática, se plantaba a la puerta de la iglesia alguno o algunos de aquella pobre gente, riendo groseramente, repitiendo vulgares bufonadas y a veces, hasta desafiando y amenazando. Don Bosco sabía alejarlos algunas veces ((**It2.542**)) con paciencia y por las buenas y otras, prudentemente, con aire resuelto. Un domingo por la tarde entró en la capilla un oficial del ejército con cierta pelandusca, se sentó y casi puso sobre sus rodillas a aquella desvergonzada. Se celebraba una función religiosa y la capilla estaba atestada de chiquillos, que quedaron asombrados por la desvergüenza de aquel militar. Acercósele don Bosco con el rostro encendido y tomando a aquella desgraciada por un brazo, la sacó tres o cuatro pasos fuera del umbral. El oficial furioso echó mano a la empuñadura del espadín para desenvainarlo, pero don Bosco le agarró con la suya apretándosela como entre unas mordazas, de suerte que no podía soltarse. El oficial miraba con ojos centelleantes de rabia a don Bosco, el cual también le miraba, pero tranquilo e impertérrito. Los dos callaban. El oficial se mordía los labios por el vivo dolor que le producía el apretón y, al ver que don Bosco no le soltaba: -íBasta ya!, gritó. -Sí, basta ya, replicó don Bosco; si yo quisiera, haría que le quitaran ese espadín que usted deshonra con su conducta. Ante la inesperada amenaza, el oficial calmó su furia, pensó en lo que podía sobrevenirle y dijo humildemente: -íPerdone! Don Bosco le soltó y sin añadir palabra le señaló la puerta, diciendo: -íSalga! El oficial se apresuró a salir con la cabeza gacha. A más de estos disgustos, le ocasionaban otros algunos mozalbetes de la peor ralea, que se daban cita para sus fechorías en los campos sin cultivo de los alrededores. Allí se jugaban apasionadamente (**Es2.405**))
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