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((**Es2.371**) El enfermero ponía alguna dificultad, pero, al se pocos, cedía y les dejaba entrar. Imaginad su alegría y la expresión de pena que luego aparecía en su rostro, al contemplar al querido enfermo en aquel estado. Después de unas palabras, algunos se arrodillaban, porque habían venido precisamente para confesarse con don Bosco y, a duras penas, se les podía convencer para que saliesen. Pero no sólo le manifestaban su afecto con las lágrimas, sino sobre todo, con las obras. Al ver que los remedios humanos no dejaban ya esperanza alguna, recurrieron a los del Cielo, con fervor admirable. Divididos en grupos, se alternaban en el santuario de la Consolata desde la mañana hasta muy tarde, rogando a María que guardara la vida de su querido amigo y padre. Colocaban velas ante la imagen milagrosa; oían misas y comulgaban. No se acostaban sin hacer una oración especial por el pobre don Bosco, invitaban a los familiares a unirse a ellos: algunos velaban rezando durante toda la noche. Hubo quienes llegaron a hacer voto de rezar el rosario entero durante un mes, otros por un año y no pocos durante toda la vida. Varios ayunaron aquellos días a pan y agua ((**It2.495**)) y prometieron ayunar durante meses y años, si María les devolvía sano y salvo a su querido don Bosco. Hemos sabido, en efecto, que varios muchachos albañiles, en razón de su voto, ayunaron rigurosamente algunos días, sin disminuir en lo más mínimo su pesado trabajo; y a la hora de descanso del mediodía, iban corriendo a alguna iglesia a rezar ante el Santísimo Sacramento. Qué sucedió con tantas oraciones y tantas buenas obras? Era un sábado del mes de julio, dedicado a la augusta Madre de Dios. Se habían hecho muchísimas oraciones, comuniones, mortificaciones; sin embargo, al llegar la noche, no había un rayo de esperanza de que el Cielo quisiera escucharlas. El pobre enfermo estaba tan grave, que los asistentes tenían por seguro moriría aquella noche. Así lo creían también los médicos, reunidos en consulta. Don Bosco, por su parte, se sentía completamente falto de fuerzas, perdía continuamente sangre, no pensaba más que entregar su alma en manos de Dios. Tranquilo y sereno infundía ánimos a los que lloraban. A veces soltaba piadosas ocurrencias que consolaban en tan supremos momentos a algunos y les hacía desear encontrarse en su lugar. Pero, sería posible que la guadaña de la muerte hubiera de cortar una vida tan preciosa, y abrir en los corazones inocentes de tantos muchachos una llaga cruel? No; la Virgen piadosa no dejaría desconsolados a tantos pobres jovencitos, que habían puesto en Ella toda su confianza. Se dejó enternecer (**Es2.371**))
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