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((**Es2.370**) en aquel momento que estaba preparado para morir; me apenaba dejar a mis muchachos; pero estaba contento porque acababa mis días, persuadido de que el Oratorio tenía ya forma y lugar seguros>>. Se basaba su seguridad en la certeza de que el Oratorio era ((**It2.493**)) querido y fundado por Dios y por la Virgen: que él no era más que un simple instrumento, y hasta inútil, ya que Dios encontraría otros mil mejores que él para sustituirle; y que el teólogo Borel estaba dispuesto a cualquier sacrificio antes que abandonar aquella empresa. Ya desde el comienzo de la semana, se extendió la triste noticia de su enfermedad y se apoderó de los jovencitos del Oratorio una pena y una angustia indescriptibles. Algunos de los mayores pidieron y alcanzaron ser aceptados como enfermeros: le prestaban continua asistencia alternándose día y noche, prodigándole extraordinarias muestras de cariño. A toda hora llegaban a la puerta de su habitación grupos de muchachos pidiendo informes. No satisfechos con las palabras, querían verle, hablarle, servirle y asistirle. El médico prohibió la entrada a toda persona extraña, así que el enfermo también se la negaba a ellos. Se sucedían escenas ternísimas. -íSólo verle!, decía uno. -No le dejará hablar, añadía otro. -Tengo que decirle una sola palabra, aseguraba un tercero; y no puedo resignarme a que muera sin que se la diga. -Si don Bosco supiera que yo estoy aquí, me dejaría entrar, repetía uno. Y otro: -Por favor, déjeme entrar o dígale mi nombre. Pero el enfermero era inexorable. -Al veros, respondía, se conmovería demasiado, y le cortaríais el hilo de vida que aún le sostiene. Además, si dejo entrar a uno, hay que dejar a otros y después a otros y no se acabaría nunca. Ante tales palabras los cariñosos muchachos sollozaban y hacían llorar a los presentes. ((**It2.494**)) -íPobres chicos!, exclamaban. íCómo le quieren! Don Bosco oía los diálogos que entablaban con el enfermero y estaba emocionado. Algunos muchachos no se resolvían a marchar y se quedaban silenciosos en el corredor, cerca de la puerta, para ver si, al menos, podían oír la voz de su Director. Don Bosco se daba cuenta alguna vez de su presencia y preguntaba: -Quién está ahí? -Viglietti, Piola, Buzzetti; respondía el enfermero. -Dígales que entren. (**Es2.370**))
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