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((**Es2.372**) con sus lágrimas, recogió sus oraciones, sus votos, los presentó ante el trono de Dios y obtuvo la gracia suspirada: María se mostró Madre verdaderamente amorosa y consoladora. Por su bondad maternal y por la misericordia de Dios aquella noche, que según los cálculos humanos debía señalar el término de la vida del Director y Padre de tantos jóvenes, ((**It2.496**)) señaló, en cambio, el fin del dolor de sus hijos. Hacia la medianoche, el teólogo Borel, que lo asistía para recomendarle el alma y recoger su último aliento, sintió la inspiración de sugerirle que también él hiciera una plegaría por su curación. Don Bosco callaba. El teólogo, después de unos instantes, volvió a decirle: -Recuerde lo que nos enseña la Sagrada Escritura: In infirmitate tua ora Dominum, et ipse curabit te. (En tu enfermedad, ruega al Señor, que él te curará)1. Don Bosco respondió: -Dejemos que Dios haga su santa voluntad. -Diga al menos: Señor, si así os place, curadme. Pero él no quería. -Déme este gusto, querido don Bosco, añadió cariñosamente el amigo; se lo pido en nombre de nuestros queridos hijos; diga sólo estas palabras, dígalas de corazón. Entonces el enfermo, para consolarlo, dijo con voz débil: -Sí, Señor, si así os place, curadme. Pero, como nos contaba después, en su interior había formulado la oración en estos términos:-Non recuso laborem. (No rechazo el trabajo). Si puedo ayudar a alguna alma, dignaos, Señor, por intercesión de vuestra Madre santísima, devolverme la salud precisa que no sea contraria al bien de mi alma. El buen teólogo, en cuanto oyó la invocación de don Bosco, se enjugó las lágrimas, y con rostro sereno exclamó: Así, basta; ahora estoy seguro: usted curará. Como si él hubiera sabido que después de las oraciones de los demás sólo faltaba la de don Bosco, para que aquéllas fueran plenamente oídas. Y no se equivocó. Poco después, el enfermo se durmió. Al despertarse, estaba fuera de peligro y como renacido a una vida nueva. ((**It2.497**)) Por la mañana llegaron los doctores Botta y Cafasso con miedo a encontrarlo muerto. Tomáronle el pulso y dijeron: 1. Eclesiástico XXXVIII, 9. (**Es2.372**))
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