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((**Es2.369**) para celebrar la misa solemne: como no podía aceptar la invitación, escribió al teólogo Borel: <>. Don Bosco había querido con esta invitación tributar el debido homenaje a la autoridad de su párroco. Después de la fiesta de San Luis se celebró la de San Juan Bautista. Don Bosco llevaba el nombre de Juan por San Juan, apóstol; pero, como quiera que en Turín era muy popular la fiesta de San Juan Bautista y se solemnizaba con grandes luminarias y descargas de fusilería por las tropas acuarteladas, los muchachos, persuadidos de que era su día onomástico, empezaron a cantarle, aplaudirle y llevarle ramilletes de flores en este día. Don Bosco les dejó hacer, y así se continuó ((**It2.492**)) durante toda su vida. Las dos fiestas resultaron en verdad hermosas, de acuerdo con los deseos del corazón de don Bosco, es decir, con un gran número de comuniones. A todos los muchachos les regaló un ejemplar de su librito <>. Según las notas del teólogo Borel, llegaron a seiscientos cincuenta. Don Bosco encontraba tiempo para todo, pero las fuerzas del hombre, tienen un límite. Un domingo, después del agotador trabajo del Oratorio, llegó a su habitación en el Refugio, se desmayó y tuvo, por fuerza, que meterse en cama. Su mal degeneró enseguida en bronquitis, con tos violenta y grave inflamación. En ocho días el pobre don Bosco quedó reducido a los extremos. Se confesó. Y como era día festivo, el teólogo Borel fue al Oratorio y llamó a varios jóvenes para que le acompañaran a llevar el Viático a don Bosco desde la capilla del Hospitalillo. Los pobres muchachos, con el cirio en sus manos, lloraban inconsolables. Don Bosco estaba resignado y tranquilo; no aguardaba sino a que sonara su última hora. Se avisó enseguida a su madre, la cual corrió a Turín para asistirlo, juntamente con su hijo José. Parecía que no había esperanzas, por lo que se le administró la Extremaunción. El teólogo Borel, que permanecía a su lado amorosamente, creía que lo perdía para siempre y lloraba a lágrima viva. Disponía, entretanto, que se rezara en los Institutos de la marquesa Barolo, en diversas instituciones de la ciudad y en el Oratorio festivo. Don Bosco dejó escrito, refiriéndose a esta enfermedad: <(**Es2.369**))
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