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((**Es2.360**) Llegó finalmente don Bosco y pasó a su presencia. Estaba ella cercada de buen número de admiradores, ((**It2.479**)) sentada en medio de ellos, pero en un asiento aislado. Esperaba que don Bosco se presentaría reverentemente y con formas corteses; mas he aquí que don Bosco, sin decir palabra ni mirarla, fue a sentarse junto a los que le hacían corona y escuchaban la conversación. A cierto punto el señor Melanotti se volvió a él y le dijo: -Vea, don Bosco, qué suerte la nuestra: tener con nosotros a la Santa y oír sus sabias y espirituales enseñanzas. -Muy bien, respondió don Bosco; pero yo querría hablar a solas con esta señora y tratar con ella asuntos confidenciales muy importantes. La mujer, picada por la actitud de don Bosco y presintiendo, aunque confusamente, que le aguardaba alguna reprimenda, se puso en pie y con aspecto y voz magistral, dijo: -Me gusta hablar en público y que todos oigan y vean mi modo de comportarme. No busco subterfugios. Me gusta el est est (sí, sí) y el non non (no, no) del santo Evangelio. -Sea así, replicó don Bosco; respeto su máxima y su interpretación de la Sagrada Escritura; pero tenga la bondad de oírme un momento y creo la dejaré contenta, con noticias que le van a gustar mucho. Entonces ella, tras un momento de duda, salió de la sala, invitando a don Bosco a seguirla. Melanotti se apostó de forma que pudiera ser testigo de lo que sucediera. Pasaron a la habitación contigua. Dejaron la puerta abierta. Ella esperaba a que don Bosco hablase. Y después de un momento de silencio, le dijo el buen sacerdote a media voz: -Cuánto tiempo hace que usted se dedica a este negocio de mentirosa, hipócrita, bribona? -Cómo?, cómo?, respondió la mujer frenando a duras penas la cólera; íno nos entendemos! ((**It2.480**)) -Por eso, porque no nos entendemos, le repito mi pregunta, añadió tranquilamente don Bosco. -Yo una hipócrita?, yo una embustera?, exclamaba encolerizada la mujer. -Sí, sí, prosiguió don Bosco; usted es una hipócrita, una soberbia, que está abusando del nombre de Dios, engañando al vulgo con sus malas artes. -Usted sí que es un soberbio...; gritó la mujer. Y ciega por la ira, estaba a punto de vomitar todo un torrente de injurias. (**Es2.360**))
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