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((**Es2.359**) En consecuencia, advertía a sus colaboradores y a los muchachos mayores y más juiciosos que anduvieran alerta y no se dejaran engañar por las voces del pueblo, sino que permanecieran unidos al Papa y al Arzobispo, dispuestos a secundar sus instrucciones. También monseñor Fransoni, quizá el primero de entre los obispos, entreveía el móvil principal de aquellas demostraciones, la hipocresía y las torcidas intenciones de las sectas y no tardó en advertir con firmeza a sus diocesanos, y especialmente a sus más íntimos, entre los que se contaba don Bosco, que no se dejaran atrapar por aquellas apariencias de libertad y de amor al Papado. Por eso, iba creciendo en ciertas camarillas un sordo disgusto contra el eximio Prelado, el cual, dispuesto a sufrir cualquier persecución antes que faltar a su deber, seguía rigiendo serenamente su diócesis y con admirable serenidad de espíritu, proveyendo con solicitud a las necesidades de cada parroquia. ((**It2.478**)) En efecto, Monseñor encargaba aquellos días a don Bosco que fuera a Viú, en los valles de Lanzo, para averiguar la conducta de cierta mujer a la que, por su modo de vivir, aparentemente sobrenatural, apodaban la Santa de Viú. Sin que ella lo negara, se había corrido la voz de que hacía mucho tiempo no se la veía probar alimento alguno. Hacía buen uso de las muchas limosnas que recibía, socorriendo a las niñas pobres y huérfanas. La gente acudía a ella en demanda de consejo y suplicando oraciones. Don Bosco obedeció, se informó exactamente y vio que se trataba de una mujer de buena conducta moral y cumplidora de las leyes de la Iglesia; pero sospechó que se daba en ella una gran ignorancia junto a una sutil vanagloria. Se trataba, por tanto, de investigar la verdad de la santidad de su vida, juzgando la rectitud de sus intenciones y examinando los hechos maravillosos que de ella se contaban. Don Bosco, pues, después de haber acompañado a don Cafasso hasta San Ignacio para los Ejercicios Espirituales, bajó a Lanzo en compañía de su amigo el señor Melanotti, dueño de un café, y fue a Viú. Al llegar, acercóse a casa del párroco y envió a Melanotti a casa de la santa para anunciar su próxima visita, pero sin demostrar que tenía ninguna prisa en verla y sin dar ninguna importancia al hecho. El señor Melanotti, bien amaestrado y con encargo de examinar los más pequeños gestos y palabras de aquella mujer, partió con la embajada. Pareció que la santa no quedó muy satisfecha con un anuncio tan frío y, a duras penas, pudo reprimir un acto de impaciencia, cuando vio que pasaba una hora y el visitante no comparecía. (**Es2.359**))
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