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((**Es2.358**) Giovanni y del Hospicio de San Miguel. Sentía, pues, las mismas inclinaciones de don Bosco, cuyas ideas había de comprender perfectamente, hasta convertirse en su munífico y afectuoso protector. Apenas subió al solio pontificio, publicó algunas órdenes de reformas administrativas y el 17 de julio concedió una amplia amnistía a presos y exiliados políticos, que pasaban del millar, todos convictos de conjuración y rebelión. Apenas proclamada la amnistía, resonó por Italia y todo el mundo el grito de viva Pío IX. Roma fue presa inmediatamente de un delirio de alegría y entusiasmo insólitos. Manifestaciones populares, fiestas, banquetes, excursiones patrióticas, arcos triunfales, iluminaciones, cánticos, músicas, ovaciones de un gentío inmenso, doquiera se presentaba el Papa. Recomendaba moderación en prueba de obediencia; pero las sectas organizadoras de aquellos movimientos populares, sin más límites que los marcados por los cabecillas secretos, ayudados inconscientemente por la fe y el amor de los verdaderos católicos, seguían agitando con sus maquinaciones a las masas populares, bajo pretexto de exaltación del Papado. Fue un esfuerzo increíble para impulsar a Pío IX de concesión en concesión, dejando caer en toda ocasión una lluvia de flores sobre su augusta cabeza. Los sectarios gritaban que Pío IX era un Papa liberal, con la esperanza de que su calumnia no fuera desmentida. Escritores acostumbrados a insultar al Papado, ahora exaltaban a Pio IX hasta las estrellas. Los principales periódicos de Europa aclamaban su amor patrio con el fin de vencer las dudas y la resistencia del rey Carlos Alberto. Máximo de Azeglio escribía artículos para siete periódicos, entre ellos dos revistas, una inglesa y otra ((**It2.477**)) francesa, en las que se exaltaba y engrandecía a Pío IX como a la esperanza de Italia. Se simulaba que él era un Papa, tal y como lo habían pintado las instrucciones sectarias del 1820. Turín se hacía eco de Roma, y la corriente de libertad, que falsamente se proclamaba como llegada del Vaticano, se comunicaba hasta el mismo clero. Los Mazzinianos callaban y rogaban a Mazzini que callara y dejase campo libre a Gioberti, a Azeglio, a Mamiani y a otros que trabajaban para conseguir su mismo fin, pero por lo pronto no contra la República, sino con la preparación de un gobierno constitucional. Pero don Bosco, a pesar de su afecto y entusiasmo por el Papa, no se dejó engañar por aquella ardorosa lírica callejera. Aunque parecía que los honores tributados a Pío IX eran un justo tributo a su divina autoridad, a sus virtudes, sin embargo él descubría en ellos un germen de graves transtornos políticos, perniciosos para la Iglesia. (**Es2.358**))
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