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((**Es2.326**) y sentirse penetrados de la mayor confianza para el porvenir. Aunque el nuevo local no disponía de la capacidad necesaria; sin embargo, como estaba alquilado con un contrato formal, libraba a don Bosco de la preocupación de tener que emigrar de cuando en cuando de un lugar a otro, ((**It2.431**)) con las incomodidades del caso, y entretanto se prestaba para las necesidades más urgentes. Pero también aquí se presentaron no pocas dificultades desde el principio, no por parte del propietario, sino por una casa de inmoralidad cercana, y por la llamada posada de la Jardinera, en casa Belleza, adonde acudía, especialmente los días festivos, la gente jaranera de la ciudad. Gracias a la vigilancia de don Bosco y a la total sumisión a sus órdenes, los muchachos no sufrieron ningún perjuicio; al contrario, sus recreos bulliciosos, sus cánticos y su griterío lograron el efecto contrario: consideraron aquel lugar como un sitio inoportuno para sus antojos, y acabaron por trasladar la posada a otra parte. Más tarde hablaremos más detenidamente de ello. Entretanto, el lugar fijo, las muestras de aprobación del Superior eclesiástico, las funciones solemnes que se celebraban en las fiestas más hermosas, los pequeños regalos de los bienhechores, la música cada vez más escogida, la variedad de juegos y diversiones, como saltos, carreras, juegos de manos, de cuerdas, bastones y mil otras novedades, que la mente industriosa de don Bosco sabía encontrar y darles vida con su gran corazón, atraían al Oratorio a chiquillos y muchachos de todas partes. Prueba de ello es que, poco tiempo después, pasaban de los setecientos, de modo que durante las funciones sagradas se apretujaban por todos los rincones de la iglesia, en el coro, en la misma sacristía y hasta en la plazoleta delante de la puerta. Varios sacerdotes, de los que le habían abandonado, empezaron a volver; así que, a más del intrépido teólogo Borel, acudían con frecuencia a ayudarle Don José Trivero, el teólogo Jacinto Carpano, el teólogo José Vola, el teólogo Roberto Murialdo, el teólogo Chiaves, el teólogo Luis Nasi, don Bosio, don Merla, don Pedro Ponte, don Traversa y muchos otros que sería largo enumerar. ((**It2.432**)) Pero no podemos seguir sin hacer una especial mención, del teólogo Juan Ignacio Vola, turinés, modelo de sacerdotes, a quien el arzobispo Monseñor Chiaverotti, calificó de ángel en la tierra. Era amantísimo de la Sede romana, estaba totalmente entregado a Monseñor Fransoni. Era un incansable predicador y confesor en Turín y en distintas ciudades del Piamonte, habilísimo catequista, que gozaba de fama universal por su doctrina y santidad; distribuía entre los pobres, hospitales, conventos y monasterios las copiosas (**Es2.326**))
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