Regresar a Página Principal de Memorias Biográficas


((**Es2.315**) superior. No valieron razones ni protestas; hubieron de resignarse. Los loqueros los trataron por las buenas, pero lo mismo que se suele hacer con los locos. Los desdichados pidieron ver al ((**It2.416**)) médico, pero resultó que no estaba en casa. Preguntaron por el director espiritual y les dijeron que en aquel momento estaba comiendo. También ellos tenían que ir a comer y en su vida se habían visto en tal aprieto. Finalmente, después de muchos ruegos, llamaron al director espiritual, el cual, al comprobar la equivocación sufrida, rompió a carcajear y los hizo soltar. Es fácil imaginar cómo quedaron aquellos dos eclesiásticos, al verse burlados por don Bosco de modo tan gracioso. Durante mucho tiempo, lo esquivaban cuidadosamente al encontrarlo por la calle. Bastó este caso para comprender que no estaba loco o que era un loco de nuevo cuño. Uno de esos locos de los que suele servirse el Señor para realizar obras grandiosas, según el decir de San Pablo: Quae stulta sunt mundi elegit Deus ut confundat sapientes: ha escogido Dios más bien lo necio del mundo para confundir a los sabios 1. Entretanto don Bosco, sin hacer caso de las habladurías, esperando con paciencia que sus benévolos detractores se cansaran, proseguía durante aquellos meses su camino sin perder la paz. Durante varios domingos lo abandonaron totalmente algunos sacerdotes amigos, que habían empezado a ayudarle, al ver que no atendía a sus consejos ni cambiaba de método en el Oratorio. Don Bosco, que apenas si se tenía en pie, y que estaba incubando una terrible enfermedad, se quedó completamente solo, aguantando sobre sus hombros el enorme peso de más de cuatrocientos muchachos. Aquel aislamiento hubiera desconcertado y abatido al hombre más animoso; pero Dios no permitió que don Bosco se desanimara. El repetía con el real profeta: Yahvé es mi roca y mi baluarte, mi liberador, mi Dios 2. ((**It2.417**)) Sin embargo, en honor a la verdad, también hay que decir que no todos los eclesiásticos lo abandonaron en aquellos días de dura prueba. Monseñor Fransoni no dejó nunca de apoyarle y animarle a continuar resueltamente la obra empezada. Fue verdaderamente una gran suerte que en aquel proceloso momento estuviera al frente de la Archidiócesis de Turín un arzobispo tan conocedor de los caminos del Señor y tan benévolo con don Bosco y su Oratorio. De otro modo, salvo el milagro, esta obra hubiera fracasado ciertamente. 1 I Corintios I, 27. 2 Salmo XVII, 3. (**Es2.315**))
<Anterior: 2. 314><Siguiente: 2. 316>

Regresar a Página Principal de Memorias Biográficas


 

 

Copyright © 2005 dbosco.net                Web Master: Rafael Sánchez, Sitio Alojado en altaenweb.com