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((**Es2.314**) una plaza para el pobre don Bosco. Entonces dos respetables sacerdotes, el teólogo Vicente Ponzati, párroco de San Agustin y otro miembro, tan piadoso como docto, del clero turinés, quedaron encargados de ir a buscar a don Bosco en un coche cerrado, y de buenas maneras acompañarlo hasta el hospital de los locos. Cierto día se dirigieron los dos mensajeros al Refugio para cumplir su mandato. Entraron en la habitación de don Bosco, hicieron los primeros cumplidos y después sacaron la conversación del futuro Oratorio. Don Bosco repitió lo que había dicho a otros, con la misma naturalidad de quien todo lo tiene ante los ojos. Los dos enviados se miraron uno a otro y, con cierto aire de compasión y como suspirando, exclamaron: -íEs cierto! (Está loco del todo). Mientras tanto don Bosco, por lo inesperado de la visita de ((**It2.415**)) los dos distinguidos personajes, sus insistentes preguntas y la misteriosa exclamación, se dio cuenta de que también ellos eran de los que le creían loco y se reía en su interior. Esperaba a ver como terminaba aquello, cuando he aquí que los dos interlocutores le invitan a salir con ellos para dar un paseo. -Un poco de aire puro te irá bien, querido don Bosco, le dijo el teólogo Ponzati; ea, ven; precisamente tenemos un coche que nos aguarda a la puerta. Don Bosco, más sagaz que los dos señores, entendió enseguida el juego que le preparaban. Así que, sin darse por entendido, aceptó la invitación y bajó con ellos hasta el coche. Al llegar allí, los dos amigos le rogaron con mucha amabilidad, que subiera él primero. -De ningún modo, respondió don Bosco; sería una falta de respeto a su dignidad; hagan el favor de subir ustedes primero. Y, sin sospechar nada, suben persuadidos de que don Bosco subiría inmediatamente detrás. Pero él, que en efecto quería respirar un aire puro, y que sabía le iría bien, apenas los vio dentro, cerró aprisa la portezuela del coche y dijo al cochero: -íEnseguida, al manicomio, donde esperan a estos dos señores! El cochero arreó un latigazo al caballo y, en menos que se cuenta, llegaba al manicomio, muy próximo al Refugio, y entraba a toda velocidad por el portón abierto. Cerró enseguida el portero. Los loqueros, preparados de antemano, rodearon el coche y abrieron la portezuela. Fue lo más gracioso de la escena. Tenían orden los loqueros de no dejar salir al loco que iba a llegar y de entretenerlo atentamente. Pero, no pudiendo averiguar de ningún modo quién de los dos era el loco, subieron a los dos a una habitación del piso (**Es2.314**))
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