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((**Es2.282**) todas partes. El acompañaba con sus oraciones hasta el tribunal de Dios a aquéllos que la justicia humana declaraba infames; pero que, lavados con la sangre del Cordero inmaculado, eran recibidos por la divina Misericordia entre los príncipes del paraíso. Algunos de ellos le debían a él su eterna salvación. El último en capilla, al que don Bosco asistió y confesó, me parece que fue el 1857. Este, ajusticiado detrás en la Ciudadela y tomado por muerto, bajado de la viga y colocado en el féretro, fue llevado a la iglesia de San Pedro ad Víncula, donde se acostumbraba sepultar a los condenados a muerte. Cuando he aquí que aquel pobre desgraciado se mueve, lanza un gemido y se incorpora. El capellán y otros más que estaban todavía en la iglesia, lo llevan a una cama. El nombró a don Bosco, que fue llamado y acudió a toda prisa. Le prepararon una taza de café y todavía la bebió; pero don Bosco conoció que no había esperanza de salvarlo, porque las vértebras del cuello estaban completamente dislocadas. Se apresuró, pues, a excitarlo a contrición, le absolvió y no se marchó de allí hasta que, al cabo de casi dos horas, los médicos confirmaron que realmente había expirado. Estas ejecuciones eran un espectáculo verdaderamente doloroso. Se pretendía con ellas infligir al delito un castigo proporcionado. Fue sentencia del Señor: <> 1. Y en los Proverbios se lee: <>2. Su castigo aparta de las ciudades y de los reinos los azotes del Señor y sirve de terrible amonestación y freno eficaz para muchos que están a punto de poner su pie en la senda del delito. 1 Génesis, IX, 6. 2 Proverb. XXI, 18. (**Es2.282**))
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