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((**Es2.174**) los oídos católicos. Concedió que en los asilos de infancia, además del crucifijo, se pusiera el cuadro de la Virgen Santísima. Pedagogo de verdadero valor como era, pese a sus pequeños o grandes defectos y a una vida nada conforme con la santidad de su carácter sacerdotal, sostuvo después la orientación ortodoxa de las escuelas, es decir, la educación fundada en las creencias y sentimientos religiosos. También es digno de alabanza porque en 1848, de acuerdo con la voluntad del Papa, renunció al arzobispado de Génova, para el cual le había propuesto el Ministro del Rey. Contribuyó don Bosco, al menos indirectamente, a estas prudentes determinaciones de Aporti? Sea como fuere, nosotros sabemos que don Bosco nunca se acercaba a una persona, aunque fuese jefe de Estado, sin hacerle oír directa o indirectamente una palabra de Dios y de la eternidad. Se ha constatado también que cualquiera que ((**It2.219**)) le trataba se sentía movido a la reforma moral o religiosa de la vida, o, al menos, a mejorar alguno de sus actos. Tenía una virtud especial para adueñarse de los corazones. Aún ciertos sectarios obstinados, en todo menos quebrantar sus juramentos, le concedían cuanto sabía pedirles para la beneficiencia y la religión. Eran como aquel rey, que teniendo a Juan Bautista por un hombre justo y santo, lo defendía, seguía en muchas cosas sus razones y lo escuchaba de buena gana. En medio de tantas oposiciones y persecuciones como hubo de sostener don Bosco por parte de todos los Ministerios que se sucedieron por más de treinta años, tuvo siempre protectores y amigos en todas las dependencias del Estado, y salió siempre incólume hasta en las causas que parecían sin posible solución. Aun después de su muerte, una súplica presentada a los más altos personajes políticos recordando a don Bosco, era como un conjuro, y se conmovían y concedían lo que se pedía. Qué es lo que daba a don Bosco tanto ascendiente en el corazón de los hombres? Causaba admiración su inagotable caridad por los hijos de los pobres, su espíritu fuerte, activo, resuelto, sin más preocupación que la verdad y la justicia. Ningún obstáculo podía detenerle: sus intenciones eran siempre rectas. Sufría, luchaba, rezaba; estaba dispuesto, si era el caso, a dar la vida por su noble misión. Su energía estaba libre de toda obstinación y orgullo; tendía impávido a la meta, cuando así era la voluntad de Dios y lo requería el bien de la sociedad y de sus propios adversarios. Jamás se dejó dominar por un falso celo. Procedía con tranquilidad, sin caprichos, con actos fantásticos o improvisados, o bien con precipitada deliberación. Su norma constante fue el consejo de Jesucristo a los Apóstoles: (**Es2.174**))
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