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((**Es2.173**) personaje temible, elevado por las sectas hasta las nubes. No se trataba de escuela, ni de métodos racionalistas pedagógicos, sino de los principios religiosos del maestro. Le invitó a abandonar sus lecciones de pedagogía, que él y todos los buenos juzgaban sospechosas de herejía, peligrosas para la fe y contrarias a lo que prescribían los reglamentos escolares del Estado. Le advirtió al mismo tiempo que, de persistir, se vería obligado, muy a su pesar, a tomar medidas disciplinares. El Arzobispo cumplía de ese modo con un sagrado deber. Aporti no hizo el menor caso de la amonestación; siguió con sus lecciones y, después de algún tiempo dejó de celebrar la santa misa. Al conocerse esta determinación, hubo en el campo liberal muchísimo alboroto y se emitieron juicios muy diversos hasta entre los defensores de la religión. Don Bosco permaneció fuera de combate en esta lamentable controversia; todos le consideraban como un hombre que no se mezclaba en semejantes asuntos. Es más, después de esperar bastante tiempo a que la injusta ira de Aporti se calmara un tanto y de aconsejarse ciertamente con don Cafasso y obtener permiso del Arzobispo, reanudó con él las buenas relaciones, aunque con prudente cautela. Pretendía él fundar escuelas dominicales y nocturnas y estaba resuelto a implantarlas apenas la divina Providencia le suministrara los medios. Sus planes eran de una grandiosidad maravillosa, pero los guardaba ocultos en su corazón. Necesitaba un protector que, en principio, le respaldara en medio de las contradicciones, que le ayudara a superar las ((**It2.218**)) dificultades, si se presentaban, y que gozase de gran autoridad sobre los que manejaban la instrucción pública. Aporti era en aquellos años el árbitro supremo, y don Bosco había formado sus planes sobre él. Se había ganado su estima al mostrarse amigo sincero de la instrucción popular y pedirle a veces normas sobre el modo de dar clase. Tanto más que don Bosco, sin hablar mucho, tenía una gracia especial para mantener la conversación de forma que siempre hacía resaltar las habilidades de las personas que con él trataban. Daremos pruebas de ello en el discurso de nuestra narración. Pero, si don Bosco supo beneficiarse de la protección del abate Aporti para sus obras católicas, también estamos persuadidos de que se la recompensó cuanto pudo, con sugerencias prácticas para provecho de su alma. En efecto, al principio, Aporti quería aprovecharse del aura popular de los sectarios para sus ventajas personales; pero, más tarde, cambió ciertas proposiciones que no sonaban bien a (**Es2.173**))
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