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((**Es2.169**) de quien tenía noticias de ciertas reuniones secretas. Varios maestros, en efecto, formaban una impía y oculta conjuración para quitar de las escuelas toda idea de religión revelada. Estudiaban con astucia satánica proyectos y programas para, poco a poco, insensiblemente, con constancia y paciencia de años, concluir, si fuera posible, aniquilando ((**It2.212**)) la fe en el corazón de los alumnos. Por eso el Arzobispo temía las insidias que se tramaban contra el altar y, en consecuencia, también contra el trono. La situación de los que habían recibido aquellas insidiosas confidencias era delicadísima y rogaban a Monseñor no diera a conocer por quién había sabido esas cosas. Su prudencia era tal, que no comprometía a ninguno. Pero deseaba ansiosamente saber con exactitud qué se enseñaba en la nueva escuela de metodología, pues, a causa de lo contradictorio de las noticias, no lograba ver claro. Encargó, pues, a don Bosco que se informara y le tuviera al corriente. Así que don Bosco asistía a las lecciones de Aporti en la Universidad. Pronto contrajo corteses relaciones con el Abate. Acudía gran número de maestros a escucharlo, de modo que la espaciosa sala estaba completamente llena. Estaban, entre los alumnos de Aporti, el Abate Jacobo Bernardi, emigrado veneciano de gran cultura, y el profesor Raineri, hombre de rectos principios e informadísimo en pedagogía, que por sencillez de ánimo se declaraba discípulo de Aporti. Se sentaban en primera fila unos quince o veinte muchachos, a los que daba una lección práctica, y así enseñaba indirectamente a los maestros cómo había que dar la clase. No era fácil formarse una idea clara de su sistema pedagógico religioso, porque lo exponía con diversas y oscuras tendencias que ocultaban su verdadero propósito. Pero don Bosco no tardó en advertir que indirectamente quedaban excluídos de aquellas lecciones los santos misterios de la religión. Aporti no quería se hablase nunca del infierno a los muchachos. Una vez exclamó: -Pero, por qué hablar a los niños del infierno? Estos tétricos pensamientos les hacen daño; son temores que no van bien para la educación. Así impedía el santo temor de Dios. Luego soltaba frases que, si no atacaban directamente a la ((**It2.213**)) religión, bien se podían tener como inficionadas de herejía. Preguntaba, por ejemplo, uno por uno a los alumnos: -Quién es Jesucristo? Unos respondían una cosa, otros otra; y, después de muchas preguntas, pronunciaba él magistralmente su sentencia: -Jesucristo, el Verbo de Dios, es la verdad eterna sobrenatural. (**Es2.169**))
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