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((**Es2.168**) Entonces el Arzobispo hizo saber al Magisterio de la Reforma que desaprobaba la asistencia de los eclesiásticos a la escuela de metodología y mandó exponer en las sacristías de la ciudad una nota manuscrita en la que prohibía al clero frecuentar las lecciones de Aporti. El Rey se enfureció y protestó que no serían revocados ni el nombramiento de Aporti ni las escuelas de metodología. Clandestinamente, algunos consejeros sectarios, a los que Carlos Alberto prestaba oído demasiado incautamente, alimentaban cada vez más su indignación. Una de sus artimañas para engañar al Rey era la de hablarle mal de monseñor Fransoni y desacreditarle con la calumnia, ya que la cordura, la virtud, la férrea rectitud de este gran prelado eran un obstáculo para sus planes. Se cruzaron cartas entre el Soberano, que estaba en Racconigi, y el Arzobispo, que fue a entrevistarse con él para exponerle de viva voz sus razones. Carlos Alberto se mantuvo reservado en la recepción, no pudiendo disimular los afectos que le agitaban, después de aquietó, le escuchó ((**It2.211**)) y terminó diciendo que quedaba plenamente satisfecho de sus declaraciones. Sin embargo, muy pronto volvió a encenderse la indignación del Rey. Había Monseñor reprendido a un párroco de la ciudad por haber permitido que Aporti celebrara misa en su iglesia sin autorización de la Curia. Era una obligación prescrita por los Sínodos, un acto de debido respeto que Aporti no había prestado a la autoridad eclesiástica y que era necesario para no incurrir en suspensión. Tal vez los cortesanos presentaron este acto al Rey como una ofensa que se quería inferir a su persona. A partir de ese momento empezó a interponerse la desavenencia entre dos personas que hasta aquel punto se habían querido sinceramente. Aporti crecía tanto en el aprecio del Rey, que más tarde lo propuso a Pío IX para ser consagrado arzobispo de Génova, y lo nombró senador del Reino. Con todo, el Soberano iba de buena fe, mientras el Arzobispo no actuaba influenciado por simples sospechas. Había recibido desagradables noticias de personajes, bien informados de las cosas secretas, y del mismo don Bosco. El joven sacerdote contaba ya con la intimidad de personas influyentes, de toda clase de ciudadanos. Tenía amigos entre los empleados del Gobierno, entre los oficiales del palacio real y del ejército y entre los profesores de la Universidad. Y sucedía que, unos por leal amistad, otros por imprudencia en el hablar, provocada por preguntas intencionadas, otros, en fin, por estímulos de conciencia timorata, manifestaban lo poco o mucho que conocían por sospechas, por ciertos indicios, por conversaciones indiscretas (**Es2.168**))
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