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((**Es19.84**) gritando que estaba curada. La monja, creyendo que enloquecía, acudió corriendo. -Despacio, le recomendó Teresa; no choque con don Bosco. Ante aquellas palabras sonrióse don Bosco. Ella no había visto nunca ningún retrato de don Bosco; pero, como le rezaba hacía tiempo, no dudó que aquel sacerdote fuera él. Entonces don Bosco, levantando las manos con las palmas vueltas hacia ella y retrocediendo sonriente, desapareció como por en medio de la niebla. Todo esto le sucedió estando totalmente despierta y no soñando. Durante la aparición se le había ido aclarando la vista, antes bastante débil y confusa, de tal modo que, después, distinguía claramente los objetos. Tiró fuera las mantas, bajó de la cama y en cuatro saltos pasó a la habitación vecina de una amiga suya para darle la alegre noticia. Fue después a las monjas que bajaban entonces al pasillo y se dirigían atónitas hacia ella. Las otras enfermas, que no podían creer a sus ojos, se acercaban en camisón hasta ella y la tocaban para convencerse de la realidad. Ciertamente no tenía nada. Al día siguiente lo confirmó el doctor Miotti, tras una minuciosa visita. Este médico asistió posteriormente como perito al proceso apostólico de Piacenza formando parte del tribunal eclesiástico nombrado por el ((**It19.92**)) Obispo, monseñor Menzani, de acuerdo con las facultades e instrucciones recibidas en Roma. Presentáronse después de la agraciada, dieciséis testigos. Para hacer el examen judicial también allí fue necesaria una prórroga. Como algunos testigos no pudieron presentarse en Piacenza, recibió la deposición de uno el Promotor General de la Fe en Roma, y los Arzobispos de Turín y de Milán fueron autorizados para formar dos procesículos para los otros. Fueron llamados como peritos para la cuidadosa visita final los doctores locales Ghisolfi y Fermi, cuyas certificaciones estuvieron de acuerdo en excluir todo indicio de futura recaída. Llevadas a Roma las actas de los dos procesos y abiertos allí los legajos en forma jurídica, parte el 18 de junio de 1926, y parte el dos de julio siguiente, empezó la discusión sobre la validez. El Promotor General de la Fe elevó varias dificultades el 28 de febrero de 1927 en la reunión ordinaria de la Congregación de Ritos; el Abogado contrapuso sus respuestas en la del día tres de marzo. Los Cardenales de la Sagrada Congregación emitieron el voto favorable sobre la validez de ambos procesos el veintidós de marzo del mismo año; Pío XI lo confirmó al día siguiente. Procedióse entonces al examen de los dos milagros. El Abogado los refirió en la reunión del veintinueve de abril, alegando, entre(**Es19.84**))
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