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((**Es19.83**) fuertes hemorragias, que postraron más sus fuerzas. Además, unos dolores en la región sacro-lumbar que se extendían a los muslos la obligaban a estar siempre en posición supina. Después le apareció una hinchazón del tamaño de una nuez en la parte baja de la espina dorsal, a la altura de la tercera vértebra lumbar. A fines de 1919 se presentaron unas condiciones relativamente mejores; pero la poliartritis, ya crónica en el anquilosamiento de la rodilla izquierda y en la columna vertebral, seguía inmutable. En enero del año siguiente se recrudecieron violentamente los dolores. Las curas del doctor Miotti le produjeron algún alivio durante los meses del verano; pero, al llegar octubre, iba de mal en peor, con más dificultades para alimentarse, con vómitos, espasmos de estómago y diarreas. En enero de 1921 le acometió un catarro bronquial difuso, enterocolitis crónica rebelde a toda cura y, finalmente, un estado de paralización por la imposibilidad de alimentarse. El caso debía considerarse, a juicio de los médicos, como desesperado. Así estaban las cosas, cuando una amiga sugirió a la enferma que hiciese una novena a don Bosco y le animó también a ello la monja que la asistía. Llena de esperanza, habló Teresa de ello al párroco, reverendo Zanelli, el cual le dijo que la comenzara enseguida. Hizo la novena, pero no experimentó ninguna mejoría, por lo que la pobrecita, convencida de que no podía curarse, rogaba a don Bosco que al menos le concediese tener pronto una buena muerte. En el mes de julio quiso el reverendo Zanelli que empezase otra novena. El día dieciséis por la noche, octavo de la novena, Teresa ((**It19.91**)) se encontraba tan mal, que las Religiosas creyéronla próxima a su fin. A las cuatro de la mañana del día dieciséis, después de una noche de insomnio, al volver la mirada a la parte de la mesita de noche, vio que avanzaba hacia ella un sacerdote, de mediana estatura, con los brazos cruzados, los cabellos negros y rizados y los ojos negros. Púsole una mano sobre la frente y, apoyando la otra sobre la mesita de noche, le preguntó cómo estaba. Ante su exclamación de angustia, díjole con voz de mando: -íLevántate! Y como ella se excusase por la imposibilidad, añadióle en piamontés: -Búgia le gambe. La mujer no entendía bien aquel dialecto; pero, al oír <> (piernas) adivinó enseguida el significado de la frase, que quería decir: -Mueve las piernas. Lo probó sin más, y movió una después de otra libremente y sin dolor; logró también doblar la rodilla. Llamó enseguida a la monja,(**Es19.83**))
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