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((**Es19.297**) también por la tierra en la que nació, puesto que vino al mundo en un caserío de Castelnuovo de Asti, tierra clásica de ese Piamonte, que es sagrado para la nueva historia, como fue cuna de reyes y mansión de las armas que debían resolver lo prometido y cumplir el destino de la unidad. Lo mismo que el Renacimiento fue un fenómeno preponderantemente toscano, el Resurgimiento ha sido un fenómeno preponderantemente piamontés y uno y otro debían ir a parar por necesidad a Roma. En un momento dado, nacieron dentro de los confines del antiguo Reino Sardo los hombres necesarios y destinados a la empresa: el rey sacrificado y el rey victorioso, el pensador y el animador, el político y el guerrero, todos se encontraron juntos donde les había precedido el poeta. En aquella misma tierra, al mismo tiempo y en otro plano, necesariamente en la oscuridad y olvidadas hasta hoy, se adelantaron tres figuras de sacerdotes, dos de los cuales ya son Santos y el otro Beato. Hay que subrayar que los tres eran sacerdotes; porque las grandes Ordenes religiosas, también cuando ejercen su propio ministerio en medio del pueblo, están exclusivamente entregadas a la fe, mientras la misión del clero es religiosa y civil y eso es a un mismo tiempo la milicia de la Iglesia y una jerarquía del Estado. Los tres desenvolvieron una actividad de porte social y en cierto sentido político, contribuyendo indirectamente, pero eficazmente, a la obra del Resurgimiento. Esos tres fueron el canónigo Cottolengo, siervo de la pobreza; don José Cafasso, maestro del sacerdocio; Don Bosco, apóstol de la juventud. ((**It19.359**)) El primero se entregó a recoger desdichados y desamparados, enseñando que no puede abandonarse ninguna fuerza ni debe darse por perdida alma alguna para esta vida y para la otra; demostrando que el pueblo es amado hasta en el horror de sus llagas y asistido hasta en el fondo de sus abyecciones. El segundo se dedicó a la formación del clero en el que habían aparecido entonces infiltraciones jansenistas y jacobinas; con el nombre de rigorismo y regalismo habían penetrado procedentes de Francia falsas doctrinas que amenazaban la verdad de la fe y la disciplina de la Iglesia en aquella tierra que continuamente se vio expuesta a las asechazas de las herejías y a la violencia de las invasiones, y era necesario que, en el contraste entre el Estado y la Iglesia, no sucumbiese la religión. Don Bosco, el último, puede considerarse como su discípulo y en cierto modo asumió sus oficios y virtudes, desarrollando una acción de la que no sabemos qué admirar más, si su valor religioso o su valor social. Gioberti había señalado claramente las tres necesidades de nuestra época: predominio del pensamiento; autonomía de la Nación; liberación de la plebe. El Santo se dedicó a la liberación de la plebe, cuyas necesidades y dolores sabía, pero fue irresistiblemente ganado por los muchachos, entendiendo que en la juventud debían apoyarse las nuevas fortunas de la fe y de la Nación. Y, cuando tras los aprendices entraron en sus casas los estudiantes, tampoco escapó del pueblo al que en el fondo pertenece la burguesía pobre del campo y de la ciudad. Y pueden atestiguar la eficacia de su acción los innumerables hijos del pueblo que, sin él, habrían seguido en la ignorancia y en la oscuridad, cuando el Estado no tenía voluntad ni los medios adecuados para su misión. Don Bosco pensó en hacer italianos cuando no se había hecho todavía Italia y por esto, después de haber sido exaltado como Santo, fue honrado como ciudadano en el monte sagrado de Roma. Pero sería una equivocación querer ver en él un sacerdote de tipo patriótico: es verdad que la vigilia del 1848 hizo que sus muchachos realizaran ejercicios militares (**Es19.297**))
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