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((**Es19.252**) solemnes mausoleos papales un turba juvenil tan grande, procedente de mil partes del mundo: de <> calificó el Pontífice el delirio de vítores y aplausos con que se le recibió a su ingreso en la Basílica y que le acompañó hasta llegar al altar de la Confesión, ante el cual estaba levantado el trono. Memorable por la alocución pontificia, larga, paternal, rica en testimonios y recuerdos personales y cariñosas exhortaciones, concluyendo con una tarjeta de identidad, por así decir, para todos los hijos de don Bosco grandes y pequeños: amor a Jesús Redentor, como explicación de su caridad por la salvación de las almas; devoción a María Auxiliadora y fidelidad al Vicario de Jesucristo. La aclamación al <> oída ayer por el Padre Santo en San Pedro y cordialmente agradecida por él mismo, expresó el motor secreto que encendió de tanto entusiasmo los pechos de los presentes y que puso en labios del Papa Pío palabras tan hermosas e inolvidables. Los hechos y dichos del Pontífice han obtenido estas consecuencias: que, si antes, la figura de don Bosco dominaba nuestro espíritu, ahora descuella por encima de toda comparación, y que en el mundo ha aumentado y profundizado su conocimiento. Por lo cual el grandioso Te Deum, unido al Alleluia pascual en el mayor templo de la cristiandad, fue una solemne acción de gracias a Dios por haber dado a su Iglesia uno de esos Santos que más hacen brillar la santidad y son los ministros e instrumentos más grandes de la santidad. Conscientes, por tanto, de lo mucho que debemos al Padre Santo Pío XI, nos hemos reunido aquí con la intención de tributarle el homenaje de nuestro agradecimiento. Del agradecimiento de los Salesianos al Pontífice incomparable ya hablan los muros del edificio que se levanta junto a esta iglesia y que hemos dedicado a su augusto nombre. Por las escuelas profesionales del Instituto Pío XI pasarán generaciones de jóvenes para capacitarse en el trabajo y en la práctica de la vida salesiana y con los elogios del Padre de la juventud les parecerá oír de nuevo como bendición el recuerdo de Pío XI, a quien Dios conserve todavía largos ((**It19.302**)) años para bien de la Iglesia y de la humanidad. Un solo latido vibrará para el Santo de la Caridad, y para el Papa de aquel Santo, en el benéfico Instituto y en el majestuoso templo que, próximo a terminarse, nos acoge y que será en Roma centro y faro irradiador de la devoción a la Virgen de don Bosco, a María Auxiliadora. Pero he llegado ahora a un punto en el que querría tener, al menos por unos instantes, el corazón de don Bosco para tributar al Vicario de Jesucristo la más digna acción de gracias. Mas, si no poseo el corazón, tengo la fortuna de poder hacer mía, por así decir, su voz. El año 1876 el Arcade general de la academia literaria de la Arcadia establecida en Roma invitó al Siervo de Dios a leer su discurso sobre la Pasión del Señor en la sesión que solía celebrar la Academia cada año el Viernes Santo. Aceptó don Bosco la invitación, que fue considerada inmediatamente como un gran regalo, agradabilísimo a todos. Celebróse la reunión en el palacio Altemps. El orador no divagó por los floridos campos de la literatura, sino que leyó una serie de eruditas y devotas reflexiones en torno a las <>, proferidas por Jesús en la Cruz. Para concluir habló con la mayor naturalidad de la unión de los verdaderos cristianos con Pedro y sus sucesores e invitó a todos a <> (todos estos adjetivos son suyos), proseguía con una exhortación y una protesta, que yo repito literalmente, entendiendo dirigirla con filial devoción, en nombre de los Salesianos, de las Hijas de María Auxiliadora, de sus alumnos y exalumnos, de los Cooperadores y Cooperadoras y de todos los amigos y devotos de don Bosco Santo, desde el noveno hasta el undécimo Pío: (**Es19.252**))
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