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((**Es19.245**) todavía los cantos de gloria a vuestro magnífico padre, donde, ayer mismo, tuvo lugar ese maravilloso conjunto de cosas que ha venido a coronar de modo tan sin par vuestra esperanza, vuestro deseo? Mas, por no tener el remordimiento de haber perdido una ocasión tan hermosa, para decir algo útil a vuestras almas, diremos lo que el mismo San Juan Bosco os dice tan elocuentemente con su figura, tal y como está a la vista de todos los espíritus, tal y como habla a todos los corazones. Verdaderamente, esta canonización de vuestro y nuestro don Bosco ha llegado con especial y providencial oportunidad a esta clausura del Año Santo de la divina Redención; y, ciertamente, vuestro y nuestro querido Santo ha salido inmensamente ganancioso con el conjunto de estas circunstancias. Ha sido, ante todo, el encuentro del Divino Redentor, del Divino Capitán, promotor de toda santidad, de todo apostolado y de todo bien; el encuentro con un siervo suyo tan fiel, con un soldado tan intrépido en sus santas batallas. Se diría, por una parte, que don Bosco ha venido a devolver al Divino Redentor todo lo que le debía, ya que todo se lo debemos a El. En El, en efecto, tiene principio toda la santidad, todo martirio, todo bien; de El procede todo lo bueno que queda en este mundo, aún a lo pagano, todo lo bueno que queda en esta civilización y que le viene de la Cruz, del Corazón, de la Sangre del Redentor y que todavía hace que sea una civilización cristiana. Don Bosco ha venido a rendir homenaje a su jefe, a su señor, a su caudillo, y el Divino Redentor ha dispuesto, precisamente al fin del Año Santo de la Redención, venir casi en persona a coronar los méritos de su siervo fiel, a mantener con él aquellas divinas promesas que hizo a todos los que le sirven con fidelidad. ((**It19.293**)) íQué magnífico encuentro! íY qué hermoso, qué espléndido, qué a punto en el cuadro del Año Santo, en el cuadro de todo ese cortejo de santidad que ha acompañado el Redentor en el curso de este Jubileo de su Redención! En una selección en medio de los más bellos, frescos, fragantes frutos de la Redención, en homenaje al autor primero de toda santidad. Y por esto, todos nosotros, y vosotros especialmente, vosotros que estáis ligados por tantos vínculos a nuestro querido Santo, debemos aprender lo que debe ser fruto específico de este Año Santo, lo que se diferencia de todos los demás, y para vosotros se diferencia por la glorificación de vuestro querídísimo Padre y Patriarca. íY qué apropiado resulta para vosotros tal fruto del Año Santo que puede llamarse también <>! (Fortísimos aplausos). Para todos, también para vosotros, el primer fruto es el de las Santas Indulgencias, precioso tesoro en el que no puede pensarse más que con mucha humildad y sentimiento de confusión, porque decir indulgencia, indulgencia grande, indulgencia máxima, quiere decir perdón, perdón grande, perdón máximo. >>Y de qué? De los pecados, especialmente de los pecados mortales. >>Y quién puede decir que no lo necesita? Eso significaría que no se tienen pecados, y el Espíritu Santo dice que quien afirma estar sin pecado, no dice la verdad. Pero este Año Santo de la Redención debe decir algo más especial. Y, en efecto, lo ha dicho, puesto que lo ha dicho el mismo Redentor. El ha señalado expresamente el fruto de toda su obra de Redención y nosotros no podemos, por tanto, no tener en cuenta un fruto tal, que es como la continuación de la misma Redención. El Señor lo ha dicho con palabras reveladoras de su corazón, de sus intenciones, al anunciar que había venido para que los hombres tuviesen vida, y la tuviesen con abundancia y siempre con mayor abundancia. Ego veni ut vitam habeant et abundantius habeant. Lo mismo que si dijese a sus almas queridas: -Tened la vida, y tenedla en abundancia, cada vez con más abundancia. -Y ésta es la vida cristiana porque es Cristo (**Es19.245**))
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