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((**Es19.246**) quien se la ha dado al mundo: Cristo Redentor, vida cristiana. Esta vida cristiana que vosotros tenéis tan abundantemente, debéis conservarla, desarrollarla con abundancia cada vez mayor; debéis ponerla de acuerdo con las palabras del Redentor, cuando dice que debe ser vida abundante y sobreabundante. Y vuestro querido Santo os dice: -Así es como se vive la vida cristiana. -Así la vivió él, así la vivieron los Santos, no sólo los que han cortejado al Redentor en este año, sino todos los Santos. >>Qué hicieron ellos para alcanzar la santidad? Sólo una cosa: llevar una vida cristiana abundante, vivida sobreabundantemente, esa vida cristiana de la que nacen todas esas otras ramificaciones tan grandes y magníficas de apostolado y de bien que conquistan los corazones. El Redentor dijo: -Vivid la vida cristiana y vividla abundantemente. ((**It19.294**)) -He aquí que don Bosco nos dice hoy: -Vivid la vida cristiana como nosotros la hemos vivido y os la hemos enseñado. -Pero Nos parece que don Bosco añade para vosotros sus hijos, y tan particularmente suyos, una palabra más específicamente indicadora en el sentido que estamos considerando. Nos parece que os diga: -Escuchad en qué dirección debéis dejaros guiar. -Nos parece que, para indicaros cómo debéis marchar cada vez mejor por esos caminos, os señala tres principios de vida cristiana, os enseña un triple secreto. El primero es el amor a Jesucristo, a Jesucristo Redentor. Hasta se diría que éste fue uno de los pensamientos, uno de los sentimientos dominantes de toda su vida. Así lo manifestó con su palabra de consigna: Da mihi animas! Ese es un amor que está en la meditación continua, ininterrumpida de lo que son las almas, no consideradas en sí mismas, sino en lo que son en el pensamiento, en la obra, en la Sangre, en la muerte del Divino Redentor; y el amor del Redentor se convierte en amor de las almas redimidas que en su pensamiento y en su apreciación se manifiestan como no pagadas a un precio demasiado alto, si están pagadas con su Sangre. Ese es precisamente el amor del Divino Redentor que hemos estado recordando, agradeciendo, durante todo este año de una Redención multiplicada. Otra enseñanza os da vuestro Padre. Os enseña la gran ayuda, la ayuda más fuerte con la que hay que contar para practicar aquel amor al Redentor que se convierte en amor a las almas, en apostolado por las almas. María Auxiliadora es el título que él ha preferido entre todos los de la Madre de Dios: María auxilio de los cristianos, es la ayuda con que él contaba para juntar las milicias auxiliares con las cuales caminar hacia la salvación de las almas. Y María Auxiliadora es vuestra herencia, amadísimos hijos, una herencia que todo el mundo podría envidiaros, si no hubiese otros caminos para acudir a ella. Y en este recuerdo hay que descubrir otra de esas conjeturas que se llaman combinaciones, pero que son delicados encuentros, providenciales, preparaciones que sólo la Sabiduría divina sabe adjuntar. Uno de los frutos más preciosos de la Redención es la Maternidad universal de María. Y no se habría sabido cómo celebrar el centenario de la Redención, sin recordar las últimas horas del Redentor en la Cruz, sin recordar que desde la Cruz, cuando eran más agudos y terribles los sufrimientos de la muerte, el Salvador nos entregó a todos nosotros a su Madre por Madre nuestra: <>; <>. Es el divino Redentor quien nos ha dado a María por nuestra Madre universal, y ése es el íntimo lazo entre la Redención y la Maternidad humana de María. Diríase que don Bosco haya visto de un modo especial, esta íntima unión y la haya apreciado en todo su valor y que, por esto, haya querido colocar junto al Divino Salvador a María y confiar a María, con el título que más le conviene, María Auxiliadora, todas las obras que su gran corazón se proponía (**Es19.246**))
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