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((**Es19.244**) con solícita fidelidad sobre las huellas que él nos dejó: huellas gloriosas que Vuestra Santidad nos ha iluminado con tan nuevo esplendor. Beatísimo Padre: humildemente postrado a los pies de Vuestra Santidad, le doy las más rendidas gracias en nombre de los Salesianos y de las Hijas de María Auxiliadora, de sus alumnos y exalumnos, de sus Cooperadores y Cooperadoras, por este beneficio y por vuestra paternal benevolencia constantemente demostrada de mil modos, con la promesa de seguir siempre y por doquiera los ejemplos de filial, devota e ilimitada obediencia, que nuestro Santo Fundador nos dejó como la primera y más preciosa herencia, mientras en confirmación de nuestros propósitos, pido para mí y para todos la gracia de su Apostólica Bendición. La Schola cantorum de los clérigos estudiantes de filosofía y teología interpretaron las Acclamationes y el Oremus pro Pontifice, que el Papa escuchó con visible satisfacción. Después, hizo señas de que iba a hablar. Reinó inmediatamente un religioso silencio. La palabra del Vicario de Cristo, siempre gracias a los altavoces, se pudo oír claramente por todos. El afecto comunicó a su hablar un sello que no hay pluma capaz de describirlo. Ya no es dentro de los esplendores de los grandiosos, santos ritos, mis queridísimos hijos -comenzó diciendo el Papa- sino dentro de un verdadero (podemos decirlo con razón) precioso vértigo de gozo y de piedad filial que os volvemos a ver en este magnífico lugar. Ya veis que os hemos preparado para recibiros la más bella, grande, magnífica sala del mundo. No hemos creído que fuese demasiado para lo que debía redundar en honor de vuestro y nuestro gran San Juan Bosco; no hemos creído que fuese demasiado para una selección tan hermosa, tan ilustre, tan imponente hasta por su número; una selección de sus hijos llegados de todas las partes del mundo, hasta de las más lejanas; tan hermosa, especialmente para Nos, porque vuestra presencia y todo lo que hemos oído en el discurso pronunciado hace un momento, Nos hace sentir, con una viveza que pocas veces hemos experimentado, el sentido de la paternidad universal que la divina Providencia ha querido confiarnos. Y vosotros sois, no solamente los hijos llegados de todas las partes del mundo, sino pertenecientes ((**It19.292**)) a todas las diferentes categorías de que se compone la gran familia, o mejor, las grandes familias de don Bosco, más aún, de San Juan Bosco, a quien el mundo seguirá llamando, sin embargo, don Bosco. (Aplausos). Y eso estará bien, porque será lo mismo que repetir su nombre de guerra, esa guerra benéfica, una de esas guerras que se diría quiere conceder la divina Providencia de vez en cuando a la pobre humanidad, casi como en compensación de las otras guerras en nada benéficas y tan dolorosas y sembradoras de dolores. Poníamos, pues, de relieve, amadísimos hijos, la diversidad, las distintas representaciones de las grandes familias salesianas. Debemos añadir también a ellas los diversos grados de la jerarquía: el sacerdocio, el episcopado, el cardenalato: algo, también esto, tan hermoso y verdaderamente completo. Por lo demás, amadísimos hijos, >>qué más podemos añadir a lo que vuestra presencia nos dice, vuestra presencia tan elocuente y también este silencio casi palpable, que nos declara de forma sensible vuestra esperanza de la palabra paterna? >>Qué podemos decir, al encontrarnos de nuevo en este espléndido ambiente, donde resuenan (**Es19.244**))
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