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((**Es18.484**) casas nobles de Turín, precedidos de los escuderos del Ayuntamiento. Cuando la cabeza del cortejo, formada por doble fila de Hijas de María Auxiliadora, subía la escalinata del santuario, la extremidad ((**It18.558**)) opuesta recorría todavía el paseo del Príncipe Oddone. Eran las seis de la tarde. La plaza y los dos tramos de la calle de Cottolengo, hasta donde alcanzaba la vista, rebosaban de gente. Y, con todo, aquella compacta masa mostraba un comportamiento, como el que suele tenerse en los momentos más solemnes de las funciones sagradas. El Delegado de Orden Público, al ver aquella inmensa multitud, dijo, cuando pasaba junto a don Joaquín Berto: >>Qué podrían hacer nuestros guardias ante esta multitud, si no estuviera dominada por el respeto y la veneración hacia el difunto? Solamente quedó libre la parte de la calle frente a la cancela. Los muchachos del Oratorio estaban apiñados en el recinto sagrado. En la iglesia únicamente entraron las Hijas de María Auxiliadora y el numerosísimo clero. Apenas se dispuso a entrar el féretro, la banda del Oratorio entonó una marcha fúnebre. Las campanas hendían el aire con su lento tañido. Por el portón recién abierto, apareció un haz luminoso de mil cirios, que lo recibió y lo introdujo en el templo, cuajado de luces. Dos de los tres obispos que precedían, monseñor Leto y monseñor Cagliero, se adelantaron con sus respectivos sacerdotes asistentes hasta el presbiterio, colocáronse uno in cornu epistolae y el otro in cornu evangelii del altar mayor, mientras el tercero, monseñor Bertagna, de pie en los escalones de la balaustrada, esperaba a que situaran delante el féretro 1. Las representaciones se colocaron en el fondo. En medio del silencio más solemne, el Obispo de Cafarnaún impartió la bendición ritual. La conducción del cadáver había resultado tan solemne e imponente que pudo decirse que aquello era más un triunfo o una apoteosis que una función fúnebre. <((**It18.559**)) tiempo que había, una esquela a los Cooperadores más próximos; y todos los periódicos, sin previo encargo, dieron la noticia de la muerte>>. En verdad, aunque se supiese que don Bosco era muy querido en Turín, nadie en el Oratorio hubiera podido esperar de la población 1 El cardenal Alimonda había telegrafiado desde Génova, la tarde del treinta y uno de enero, comunicando su vivísimo deseo de trasladarse a Turín en seguida; pero confesaba, al mismo tiempo, que la indisposición anímica que le angustiaba por la pérdida de su querido amigo, no le permitía presidir el entierro. 2 Proc. op. Summ., pág, 1032. (**Es18.484**))
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