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((**Es18.485**) una concurrencia tan admirable por su número y su recogimiento, sin distinción de clases. Julio Aufray, redactor-jefe de la Défense de París, dijo entonces que, en Italia, le habían impresionado, sobre todo, dos cosas: el jubileo del Papa en Roma y el funeral de don Bosco en Turín; y que, de algún modo, había encontrado más sorprendente el funeral de don Bosco. Unit… Cattolica del tres de febrero pudo escribir, sin sombra de hipérbole: <>. Terminada la absolución del difunto, hubo un espectáculo nuevo, al permitir que se acercase la gente. Una gran muchedumbre se precipitó sobre el féretro para tocarlo, para besarlo, para llevarse cualquier cosa de lo que había depositado encima. Las coronas de flores quedaron deshechas en mil pedazos y lo mismo hubiera sucedido con el paño funerario, con los ornamentos sacerdotales y hasta con el ataúd, si unos cuantos guardias municipales no hubieran detenido la peligrosa avalancha. Después que la multitud desalojó el templo y se cerraron las puertas, los Salesianos, con un pequeño acompañamiento, repusieron el féretro en la iglesia de San Francisco de Sales, donde quedó oculto, a la espera de que concluyeran los trámites para su definitiva sepultura. A medida que entraban en el Oratorio sus moradores, levantaban instintivamente su mirada hacia las habitaciones de don Bosco y experimentaban de pronto la sensación del gran vacío que en ellos se había producido con la desaparición del ángel tutelar de la Casa. Pero se produjo entonces un hecho prodigioso. Cuando se reunió toda la comunidad, pareció que una paz, una serenidad, una misteriosa alegría aleteaba por todos los rincones y en todos los corazones. Los que poco antes habían ((**It18.560**)) llorado, se sentían tan tranquilos, como en los felices días en que don Bosco vivía con sus hijos. En realidad, don Bosco estaba vivo y no lejano. Era él quien difundía tanta paz alrededor. Casi como para completar la tranquilidad en el Oratorio, más que para aliviar el dolor, llegó una carta del cardenal Rampolla, a través de la cual, había querido enviar las expresiones más significativas el mismo Leon XIII. Ilustrísimo Señor: La pérdida del sacerdote, don Juan Bosco, que gozaba del aprecio, del afecto y de la admiración universal por las Obras de caridad cristiana que él fundó, por el celo con que siempre había procurado promover el bien de las almas y por cuanto había hecho para que el santísimo nombre de Dios resonase y fuera venerado hasta en el (**Es18.485**))
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