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((**Es18.269**) cayendo después de rodillas. Las personas de casa se situaban en uno y otro sitio por las escaleras y por los corredores para conseguir verle. El entusiasmo popular aumentaba por las voces que referían gracias extraordinarias, temporales y espirituales. Una enferma recibió su bendición y se recobró de golpe proclamando su curación. Un tal Pittaluga, hijo del difunto José, de Sampierdarena, llevaba treinta años sin acercarse a los sacramentos. Aunque se encontraba entonces en trance de muerte, no daba señales de arrepentimiento. Sus familiares lo encomendaron a don Bosco, el cual prometió que rezaría por su intención. Y resultó que el enfermo depuso su obstinación, se confesó y recibió la santa comunión. Don Carrlos Viglietti había visto el año anterior cómo presentaron a don Bosco un niño en muy malas condiciones de salud; y volvió a verlo entonces, que iba por sí mismo, rebosando salud, a agradecérselo. Una señora le presentó a su hijo, diciendo que era muy revoltoso, que constituía la desesperación de la familia y no quería que le hablaran de religión ni de prácticas religiosas. Don Bosco lo bendijo ((**It18.306**)) y -ícosa admirable!- el joven salió de allí como un corderito y volvió al día siguiente con el rostro sereno y alegre, después de haberse confesado y recibido la comunión. La madre pidió para él una segunda bendición, que le obtuviese el don de la perseverancia. Narramos, a continuación, una curiosa profecía, cuya fecha no hemos podido encontrar, pero que se refiere a Sampierdarena. Una cuñada del salesiano don Herminio Borio se encontró una vez con don Bosco y éste le dijo: -Cuando usted sea vieja, irá a vivir en nuestra casa de Sampierdarena, donde tendrá por compañera una Capra (cabra)... Pero, no de las que comen hierba, sino una Capra con dos piernas... Se harán compañía hasta en la muerte. La señora, que fue siempre bienhechora de los Salesianos, cuando llegó a la vejez, quedóse sola en el mundo y obtuvo fácilmente retirarse a vivir allí en compañía de las Hijas de María Auxiliadora, con las cuales pasó los últimos diez años de su vida. Su compañera predilecta era sor Olimpia, cuyo apellido nunca sintió necesidad de saber ya que siempre la llamaba por su nombre, hasta su muerte. Pues bien, sucedió que la monjita y la señora cayeron enfermas a primeros de enero del corriente año de 1936; agraváronse las dos en un abrir y cerrar de ojos y ambas fallecieron el día de la Epifanía, con sólo cuatro horas de diferencia. Sor Olimpia se llamaba Capra de apellido. El día veintidós, por la tarde, fue en coche, acompañado por don (**Es18.269**))
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