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((**Es18.268**) Por la tarde fue a Génova, en un lujoso coche de dos caballos, que le envió el señor De Amicis, cooperador salesiano. Una gran multitud se había agolpado a lo largo de la calle que baja a la iglesia de San Siro, elegida también esta vez para la reunión. El amplio templo resultó pequeño para contener a tanta gente como anduvo a porfía para conseguir un puesto. Cuando el Siervo de Dios apareció en el presbiterio, entre gran número de distinguidos personajes, un ligero murmullo corrió por las naves del templo y todas las miradas se clavaron donde él se sentó para escuchar la conferencia. Pasaron unos minutos y apareció el Arzobispo con las primeras dignidades del clero diocesano. El encuentro de los dos hombres venerandos despertó en los asistentes una honda emoción. En seguida empezó la ceremonia. Un alumno de las escuelas de Sampierdarena leyó un trozo de la vida de San Francisco de Sales; después subió al púlpito monseñor Homodei Zorini, uno de los más elocuentes oradores sagrados de entonces. Profesaba éste mucho cariño a don Bosco y desplegó toda su facundia para describir y enaltecer su obra. No podía dejar de referirse a la reciente catástrofe sufrida en Liguria, que tanto daño había ocasionado a las escuelas salesianas de la costa. La colecta efectuada por los jóvenes católicos del Círculo Beato Carlos Spínola alcanzó mil trescientas liras, además de las recogidas a la puerta de la iglesia antes de la conferencia o entregadas después al mismo don Bosco por personas piadosas. Terminada la conferencia, tardó ((**It18.305**)) casi una hora para llegar a la sacristía, por la enorme cantidad de devotos que se agolpaba en torno a él. <<>>Quién no fue ayer a ver al caro don Bosco, escribía el Eco d'Italia el día veintidós de abril, con aquel su bondadoso rostro y su sonrisa de santo? Está envejecido, lleno de achaques y no puede caminar si no le sostienen; pero cuánta juventud hay en su mente, que parece preocupada por tener que pensar en muchas cosas y que debe remontarse a lo alto para divisar en lontananza lo más que le sea posible (...). Todos querían oír una palabra suya, besar su mano o al menos su sotana y él se esforzaba por contentar a todos sonriendo tranquilamente. -íEs un santo!, repetía todo el mundo>>. Prorrogó todavía su permanencia en Sampierdarena un día y medio y concedió audiencia durante horas y horas. <>. Dos veces sucedió que la multitud impaciente abrió la puerta de su habitación e irrumpió sobre él, (**Es18.268**))
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