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((**Es18.122**) a efectuar su proyecto, pero, al llegar el momento, no se atrevían. Alguno, sin embargo, se arriesgó; pero una mirada fulmínea del Santo infundía temor. Hubo uno, más afortunado que los otros, el cual logró su intento; pero don Bosco se dio cuenta y dijo sonriendo al Superior: -Señor Rector, usted tiene ladrones en casa. El Rector enarcó las cejas con sorpresa; pero fue cosa de un instante. Resulta atinada la observación de aquel que hemos citado poco antes a propósito de las lágrimas de don Bosco: él concebia ingeniosamente dos cosas tan diferentes como la severidad de aquella mirada y la amabilidad de esta sonrisa. <>. ((**It18.133**)) El autor de este comentario es el seminarista que recibió el no de don Bosco, después del sí que dio a su compañero. A este último le repitió la invitación en la audiencia privada y no fue en balde; en efecto fue a Marsella para hacer el noviciado, llegó al sacerdocio y vivió como un salesiano ejemplar hasta su muerte en el año 1923. El otro, después de haber ejercido el ministerio pastoral en la diócesis, entró en la gran Cartuja de Grenoble, donde permaneció hasta la expulsión de los religiosos de Francia. Es el padre Pedro Mouton, hoy vicario de la Cartuja de Motta Grossa, en Pinerolo; su relación sobre la estancia de don Bosco en el seminario de Grenoble, cuenta muchas cositas que pueden leerse en el apéndice de este volumen 1. Pero se calla un detalle que contó en nuestro noviciado de Monte Oliveto 2. Cuando estaba en el Seminario, corría peligro de perder la vista o, al menos, no tener la suficiente para seguir los estudios. Y la primera vez que pudo tener entre sus manos la del Santo, se la llevó a sus ojos con gran confianza y, en el instante, se le curaron y desapareció para siempre aquella preocupación. La tercera jornada de don Bosco en Grenoble transcurrió poco más o menos como la primera, con la diferencia de que llovió; pero, aunque caía el agua a cántaros, no detuvo a la muchedumbre en 1 Ap. Doc. núm. 21. En el reparto del botín de la mesa de don Bosco tocóle a él el vaso, que entregó a su familia, al hacerse monje, y ella lo conserva religiosamente. En las fiestas de la beatificación y canonización, lo llevaron al banquete y todos tomaron en él un sorbito de vino. 2 La Voce di Monte Oliveto, marzo-abril de 1932. (**Es18.122**))
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