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((**Es18.105**) allí a rezar y a dar gracias a la Santísima Virgen. Conocida su intención, fueron muchos los que se agolparon en los balcones, en las aceras y en la iglesia. Le recibió a la puerta un nutrido grupo de nobles señores, que le acompañaron hasta el presbiterio, donde fue invitado a sentarse en un puesto especial. Frente a él había un coro de muchachos, que cantó, con acompañamiento de orquesta, la Salve Regina; después se realizó un acto, que bien podemos calificar de histórico. Pero, antes, hay que exponer los antecedentes. Barcelona, la metrópoli catalana, está coronada por amenas y fertilísimas (sic, en el original) colinas; entre ellas hay una, la más alta de todas, que domina la ciudad, los valles y llanuras colindantes y las ciudades vecinas. No sería fácil imaginar un paisaje más encantador que el que se divisa desde allí; por eso, fue siempre lugar de reuniones para los ciudadanos y para los forasteros. La colina tiene un nombre muy original, porque se llama monte Tibidabo. Por su altura y por la amenidad del entorno, la imaginación popular ha localizado allí la tercera tentación de Jesús, dando curso a la leyenda de que el demonio trasladó allí al Salvador y, mostrándole todos los reinos del mundo, le dijo, precisamente desde aquella cima: Haec omnia TIBI DABO, si cadens adoraveris me (Todo esto te daré, si me adoras) (Mt. 4, 9). Hacía pocos años que la cumbre de aquella colina había caído en manos de hombres desaprensivos, que querían convertir aquel lugar en un sitio de diversiones malsanas moralmente o también favorecer la erección de un templo protestante. Ante tal amenaza, siete buenos señores se pusieron de acuerdo y, en el 1885, la compraron, para impedir que un sitio tan hermoso cayera en manos del demonio; una vez adquirido, ya se pensaría cuál podría ser el mejor destino que se le podría dar. Mientras tanto, provisionalmente, habían levantado allí una capilla dedicada al Sagrado Corazón de Jesús. ((**It18.113**)) Y henos ahora aquí con don Bosco. Su presencia en Barcelona había hecho nacer en aquellos señores el pensamiento de entregárselo a don Bosco a fin de que pudiera responder a cualquier mal intencionado con las palabras del Señor: Vade retro, Satana (Apártate, Satanás) (Mc. 8, 35). Uno de los copropietarios se había opuesto, diciendo que ni siquiera sabía quién era el tal don Bosco; pero don Manuel Pascual le habló de él con tanta fuerza de persuasión que el pobrecillo, presa de un temor arcano, se puso a llorar a lágrima viva y hubo que consolarlo y confortarlo. Y mientras don Bosco estaba allí en oración, se adelantaron hacia él los señores propietarios del monte Tibidabo y se leyó una acta (**Es18.105**))
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