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((**Es17.84**) >>Quién lo hubiera imaginado? Apenas se sentaron, la prima de la señora notó bajo su pie un cuerpo duro. Levantó la alfombrita y vio que era su portamonedas, que había estado allí veinticuatro horas, sin que nadie lo advirtiera. Fue realmente un caso afortunado; pero escribía la nonagenaria señora en abril de 1926: Nous savons ce qu'étaient les hasards de votre pŠre. (Nosotras sabemos algo de las casualidades de su padre). El veintiséis de abril llegaron unos sacerdotes franceses en coche para llevar a don Bosco a celebrar en la capilla de las Hermanas de la Retraite o del Cenáculo, adonde él había prometido ir. Allí encontró reunidas a muchas señoras francesas ((**It17.88**)) y romanas. Después del evangelio, habló y dijo que aquella vez no recomendaba su caridad para sus muchachos de Turín, sino para una obra de Roma, para la iglesia del Sagrado Corazón y su hospicio anejo. -En Roma, siguió diciendo, hay muchos jovencitos necesitados y abandonados que vagabundean por calles y plazas; hay que ampararlos, si no se quiere que pierdan el alma y vayan a aumentar el triste grupo de los que pueblan las cárceles. Muchos son forasteros y no encuentran asilo en los hospicios de la ciudad, en los que sólo se admite a los romanos; y, por esto, son enviados a nuestras casas de Toscana y Piamonte. Pero todos pueden calcular que eso comporta muchos gastos para llevarlos y después devolverlos a sus pueblos. Y tampoco hay sitio para todos. Pero, un hospicio aquí en Roma remediaría una necesidad, que todos sienten. Aquí los muchachos serán educados en su lugar de origen, sin verse obligados a cambiar de clima, cambio perjudicial a veces para la salud en esa edad. No tendrán que cambiar de costumbres y alimentación y se les dará una educación según las exigencias de la ciudad eterna, su patria, y no según costumbres forasteras. Exhortó, por fin, a la generosidad con los predilectos de Jesucristo y con una obra eminentemente romana. Se sacaron setecientas veinticinco liras. Pasó luego a bendecir a la comunidad; y, por fin, marchó, dice la crónica del vetusto convento, resurgido hoy en la plaza de Santa Priscila, laissant la vraie impression que fait le passage d'un saint (dejando la verdadera impresión del paso de un santo). Los mismos sacerdotes lo acompañaron en coche a casa de monseñor Jacobini, con quien gestionó un subsidio para sus misiones, entregáronle copia de una carta recientemente escrita por don Domingo Milanesio en sus excursiones apostólicas por el valle del Río Negro. Por último, fue acompañado hasta casa por aquellos mismos corteses sacerdotes.(**Es17.84**))
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