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((**Es17.552**) -Estas peticiones tienen que animarnos y convencernos de que nuestra Congregación es bendecida por Dios y por los hombres. Se nos invita y nos proporcionan los medios los que nos llaman; de lo contrario, >>cómo podríamos ir a fundar en tan lejanos países? Y ved que nos lo ofrecen todo, absolutamente todo a nosotros, que carecemos de todo medio. Tenemos la beneficencia, es verdad, que viene a llamar a nuestra puerta; no falta la Providencia para esto; pero sólo podemos contar con ella; recursos humanos no contamos con ninguno. La divina Providencia no cesaba de descorrer, de vez en cuando, delante de los ojos de Don Bosco el velo de la suerte futura de la Sociedad Salesiana en el campo sin límites de las Misiones. También en 1885 un sueño revelador vino a manifestarle cuáles eran los designios de Dios para un porvenir remoto. Don Bosco lo contó y comentó en presencia de todo el Capítulo Superior la noche del 2 de julio; Don Juan Bautista Lemoyne se apresuró a tomar nota. Me pareció, dijo el Siervo de Dios, estar delante de una montaña elevadísima, sobre cuya cumbre estaba un Angel resplandeciente de luz que iluminaba las regiones más apartadas. Alrededor de la montaña había un extenso reino de gente desconocida. El Angel tenía una espada en su diestra que mantenía levantada, ((**It17.644**)) espada que brillaba como una llama vivísima y con la izquierda señalaba las regiones circundantes. Entonces me dijo: -Angelus Arfaxad vocat vos ad proelianda bella Domini et ad congregandos populos in horrea Domini. (El Angel de Arfaxad os llama a combatir las batallas del Señor y a reunir a los pueblos en los graneros del Señor). Su palabra no tenía como otras veces forma de mandato, sino que parecía una propuesta. Una turba maravillosa de ángeles, de los cuales no supe ni pude retener el nombre, lo rodeaba. Entre ellos estaba Luis Colle, al cual hacía corona una multitud de jovencitos, a los que enseñaba a cantar alabanzas a Dios y él mismo también las cantaba. Alrededor de la montaña, a los pies de la misma y en sus laderas, habitaba multitud de gentes. Todos hablaban entre sí, pero su lenguaje era desconocido, ininteligible. Yo sólo comprendía lo que decía el Angel. Me sería imposible describir lo que vi. Veía al mismo tiempo objetos separados, simultáneos, los cuales transfiguraban el espectáculo que se ofrecía a mi vista. Por tanto, aquello unas veces me parecía la llanura de la Mesopotamia, otras un monte altísimo, y aquella misma montaña sobre la cual estaba el Angel de Arfaxad, a cada momento tomaba mil aspectos diferentes, hasta convertirse en una serie de sombras vaporosas, pues tales parecían los habitantes que la poblaban. Delante de este monte y durante todo este viaje me parecía estar elevado a una altura grandísima, como si me encontrase sobre las nubes circundado de un espacio inmenso. >>Quién podrá expresar con palabras aquella altura, aquella anchura, aquella (**Es17.552**))
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