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((**Es17.543**) Mi querido Beraldi: He recibido tu gratísima cartita de agosto. No pierdas la calma si no te escribo; ya estoy incapacitado para ello por mis achaques. Estoy medio ciego. Y casi no puedo caminar, escribir, ni hablar. >>Qué quieres? Soy viejo, y hágase la santa voluntad de Dios. Pero rezo cada día por ti, y por todos mis hijos, y quiero que todos sirvan con gusto al Señor con santa alegría, aun en medio de las dificultades y molestias diabólicas; éstas se ahuyentan con la señal de la Santa Cruz, con el Jesús, María, misericordia; con el Viva Jesús y, sobre todo, con el desprecio, con el vigilate et orate y con la fuga del ocio y de toda ocasión próxima. Y en cuanto a los escrúpulos, sólo la obediencia a tu Director, a tus Superiores, puede hacerlos desaparecer; no olvides por eso que vir obediens loquetur victoriam. Apruebo que promuevas la devoción al Santísimo Sacramento. Haz también por ser y hacer que tus alumnos sean verdaderos hijos devotos de María Santísima y amantes de Jesús Sacramentado y, con el tiempo y la paciencia, Deo iuvante, haréis maravillas. Animo, pues. Hazlo todo y sopórtalo todo para agradar a Dios, para cumplir su santa voluntad, y te prepararás un tesoro de méritos para ((**It17.633**)) la eterna bienaventuranza. No te faltará el apoyo de mis oraciones. Dios te bendiga, bendiga a todos tus alumnos y María Santísima Auxiliadora os proteja a todos y os guíe por el camino del cielo. Reza también por tu viejo amigo y padre, Turín, 5 de octubre de 1885 Afmo. en J. y M., JUAN BOSCO, Pbro. Volvamos ahora a monseñor Cagliero. Hacía escasamente un mes que había desembarcado a orillas del Río Negro, cuando tuvo la satisfacción de administrar solemnemente el bautismo a dos muchachos indios de dieciséis a dieciocho años. Uno pertenecía a la tribu de Namuncurá y otro a la de Payue. Habían sido arrancados por la fuerza de las armas de los soldados argentinos a sus familias y tribus, cruelmente dispersadas, y habían sido colocados, como tantos otros pobres jóvenes de ambos sexos, en casas privadas, donde atendían al servicio doméstico. Monseñor, que desde los primeros días de su llegada había establecido contacto con las poblaciones, los conoció, se informó de su condición moral y supo que muchos otros indios vivían lo mismo que ellos y estaban sin bautizar. Obtuvo de sus respectivos amos que los dos pudieran ser instruidos en las verdades de la fe. Ignoraban el español; pero los preparó don Domingo Milanesio, que había aprendido su lenguaje indio en las misiones realizadas a lo largo del curso del Río Negro. Facilitó mucho su cometido la óptima voluntad de los dos muchachos. Con toda la solemnidad del ritual, recibieron el sacramento del bautismo el día de san Cayetano. Eran las dos primeras flores cultivadas (**Es17.543**))
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