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((**Es17.421**) Mis queridos amigos. Os agradezco la demostración de afecto que me dais, por haber venido aquí a pasar estas cortas horas en mi compañía. Bendito sea Dios en vosotros, por vosotros y en medio de vosotros. Dios os conserve siempre con salud y en su santa gracia. Mi vida camina a su término; no sé si el Señor me dejará todavía en esta tierra, de modo que podamos encontrarnos una vez más en esta querida reunión. Pero, si yo me adelantare en la eternidad, os ruego me recordéis en vuestras oraciones, pues os aseguro que no os olvidaré en las mías. Si mi vida en la tierra hubiese de prolongarse todavía algunos años, podéis estar seguros de que seguiré queriéndoos y ayudándoos en lo poco que pueda. Mientras tanto, adonde quiera que vayáis y estéis, recordad siempre que sois hijos de don Bosco, hijos del Oratorio de San Francisco de Sales. Sed verdaderos católicos con sanos principios y buenas obras. Practicad fielmente la religión, que es la única verdadera y servirá para juntarnos a todos un día en la eterna bienaventuranza. Dichosos vosotros, si no olvidáis nunca las verdades, que me esforcé por grabar en vuestros corazones cuando erais jovencitos. Rezad por mí, que también rezo por vosotros. Concluyo uniéndome a vosotros para enviar un íViva! al sapientísimo pontífice León XIII y otro a nuestro Emmo. Cardenal Arzobispo, Cayetano Alimonda, que tanto cariño nos tiene. Aquella misma tarde volvió a Mathi, rendido por el calor y el malestar. En Mathi recibió muy pronto la dolorosa noticia de que precisamente aquel día había fallecido en Roma el cardenal Nina, protector de la Congregación. Tenía setenta y tres años. Insigne por su ciencia y prudencia, prestó a la Santa Sede relevantes servicios en las prelaturas menores y, especialmente, cuando fue Cardenal. Fue Secretario de Estado bajo León XIII y más tarde Prefecto de la Congregación del Concilio. Firme en sus principios, tenía toda la moderación y longanimidad, que pedían los tiempos para el buen gobierno ((**It17.490**)) de los asuntos eclesiásticos, y que se ajustaban del todo al espíritu de don Bosco. El último intercambio de devotos sentimientos por un lado, y de benévolas disposiciones por el otro, fue con ocasión del jubileo sacerdotal de Su Eminencia. Todos los colegios salesianos, hasta los de América, avisados con tiempo por don Bosco, se hicieron presentes con saludos y felicitaciones. El Cardenal telegrafió en seguida a don Bosco, el día veintidós de diciembre, dando las gracias a todos cordialísimamente; pero, cuando pudo hacerlo con más comodidad, escribió al Santo una preciosa carta, última demostración de la benevolencia otorgada por el amabilísimo Purpurado a nuestro querido Padre 1. Como obligado tributo de agradecimiento, mandó el Santo celebrar en la iglesia de María Auxiliadora un solemnísimo funeral, al que primero en comparar a don Bosco con Napoleón I fue en 1881 monseñor Forcade, arzobispo de Aix (véase vol. XV, pág. 54). Este gran cooperador y amigo de nuestro Santo murió en 1885, víctima de su celo por asistir a los apestados del cólera. Don Bosco hizo su conmemoración en Valsálice en el Capítulo Superior, el día dieciséis de septiembre. 1 Ap. Doc. núm. 75. (**Es17.421**))
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