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((**Es17.263**) y divisiones de los misioneros y el acercarse o alejarse de ellos a aquellos pueblos llamados a la fe y a la conversión. Lo repito: veía en un solo punto el presente, el pasado y el futuro de aquellas misiones, con todas sus fases, peligros, éxitos, contrariedades y desengaños momentáneos que acompañaban a este apostolado. Entonces lo comprendía claramente todo, pero ahora es imposible deshacer esta intriga de hechos, de ideas, de personajes. Sería como quien quisiese condensar en un solo capítulo y reducir a un solo hecho y a una unidad el espectáculo del firmamento, describiendo el movimiento, el esplendor, las propiedades de todos los astros con sus relaciones y leyes particulares y recíprocas; mientras que un solo astro proporcionaría materia suficiente para ocupar la atención estudiosa de la mente mejor dotada. Y he de hacer notar que aquí se trata de cosas que no tienen relación con los objetos materiales. Reanudemos, pues, el relato: dije que quedé maravillado al ver desaparecer tan inmensa multitud. Monseñor Cagliero estaba en aquel momento a mi lado. Algunos misioneros permanecían a cierta distancia. Otros estaban a mi alrededor, en compañía de un buen número de Cooperadores Salesianos, entre los cuales distinguí a Monseñor Espinosa, al Doctor Torrero, al Doctor Carranza y al Vicario General de Chile 1. Entonces el intérprete de siempre vino hacia mí, mientras yo hablaba con monseñor Cagliero y con muchos otros intentando aclarar si aquel hecho encerraba algún significado. De la manera más cortés, el intérprete me dijo: -Escucha y verás. Y he aquí que, al instante, aquella extensa llanura se convirtió en un gran salón. Yo no sería capaz de describir su magnificencia y riqueza. Solamente diré que si alguien intentase dar una idea de ella y lo consiguiese, ningún hombre podría soportar su esplendor ni aun con la imaginación. Su amplitud era tal que no se podía abarcar con la vista, ni se podían ver sus muros laterales. Su altura era inconmensurable. Su bóveda terminaba en arcos altísimos, amplios y resplandecientes en sumo grado, sin que se distinguiese el lugar sobre el que se apoyaban. No existían pilastras ni columnas. En general, parecía que la cúpula de aquella gran sala fuese de candidísimo lino a guisa de tapiz. Lo mismo habría que decir del pavimento. No había luces, ni sol, ni luna, ni estrellas, pero sí un resplandor general que se difundía igualmente por todas partes. La misma blancura del lino resplandecía y hacía visible y amena cada una de las partes del salón, su ornamentación, las ventanas, la entrada, la salida. Se sentía en todo el ambiente una suave fragancia mezclada con los más gratos olores. ((**It17.303**)) Un fenómeno se produjo en aquel momento. Una serie de pequeñas mesas formaban una sola de longitud extraordinaria. Las había dispuestas en todas las direcciones y todas convergían en un único centro. Estaban cubiertas de elegantísimos manteles y, sobre ellas, se veían colocados hermosísimos floreros con multiformes y variadas flores. La primera cosa que notó monseñor Cagliero fue: -Las mesas están aquí, pero >>y los manjares? En efecto, no había preparada comida alguna, ni bebida de ninguna especie, ni había tampoco platos, ni copas, ni recipientes en los cuales se pudiesen colocar los manjares. 1 Tal vez quería decir monseñor Domingo Cruz, Vicario Capitular de la diócesis de Concepción. (**Es17.263**))
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